Relato del Martirio del Imam Husein de la Familia del Santo Profeta (La paz sea con ellos) y de Sus Partidarios

Autor: Ibrahim Husein Anger
Fuente: AL-THAQALAIN Suplemento gratuito Nº 25. Muharram 1414

En el Nombre de Allah, el Clemente, el Misericordioso

El Imam ‘Ali – que la paz de Allah sea con él- ha contado:

“Un día, entrando en la casa del Mensajero de Allah,

Que la paz de Allah sea con él y con su Familia,

Vi sus ojos empañados en lágrimas.

Le pregunté:

—¿Qué es lo que te hace llorar, Oh Mensajero de Allah?

—El ángel Yibril acaba de marcharse.

Me ha informado que Husein será asesinado cerca del Eúfrates…

—¿Quieres sentir la tierra donde será asesinado?

Tendió la mano, tomó un puñado de tierra y me la dio.

Entonces no pude contener el llanto…”

(Relatado por Ahmad Ibn Hanbal)

 

 

PARTE I:

“Los Mártires”

-¡Habitantes de Kufa! Obeidullah, hijo de Ziyad, vuestro Gobernador, ha ordenado el arresto de Muslim el hijo de Aqil, el enviado de Husein hijo de ‘Ali, que ha rehusado jurar obediencia al Califa. Quienquiera que ayude a Muslim hijo de Aqil, de una manera u otra, será considerado como un rebelde al Califa. Será ahorcado y descuartizado, toda su familia ejecutada, y todos sus bienes confiscados.

¡Habitantes de Kufa! ¡Los que hayan ayudado a Muslim en el pasado, se arrepientan y faciliten a la guardia indicios que permitan descubrir el escondite del rebelde, se beneficiarán de la clemencia del Gobernador Obeidullah!

El pregonero público se alejó, para ir a comunicar su mensaje a otro lugar de la ciudad. El Adhan que llamaba a la oración del Magreb sucedió a la proclamación. Muslim se puso en pie, y levantó los brazos para realizar el Takbir que inicia la oración.

Cuando terminó la oración, se volvió. La mezquita estaba vacía. Un hombre, sólo uno, Hani hijo de Orwah, que albergaba a Muslim, había rezado detrás de él. Todos los demás se habían eclipsado, uno tras otro…

Los dos hombres intercambiaron algunas palabras. Hani salió de la Mezquita para llevar a un lugar seguro a los dos jóvenes hijos de Muslim, antes de intentar abandonar Kufa para avisar lo antes posible al Imam Husein. Pero apenas había entrado en su casa, ésta fue cercada por los hombres de Obeidullah. Hani se defendió con coraje, pero no tardó en caer debido a la diferencia en número. Fue encadenado y arrastrado hasta el palacio del Gobernador. Desde que la noticia de su arresto se conoció, los guerreros de la tribu de los Mazij, de la cual Hani era el jefe, rodearon el palacio, exigiendo su liberación. Obeidullah habló con astucia y les prometió que sería “bien tratado” y que no tenían porque inquietarse.

Durante este tiempo Muslim había abandonado la Mezquita. Erraba al azar por las calles de Kufa, sin saber dónde esconderse para pasar la noche. Se paró cerca de una casa, y se sentó para descansar un poco. La puerta de la casa se abrió, y una anciana apareció por la puerta.

— ¿Qué quieres extranjero? ¿Qué buscas por aquí a estas horas?

— ¡Tengo sed! ¿Puede ofrecerme un poco de agua?

La anciana entró en la casa. Después, volvió a salir con un cuenco lleno de agua que ofreció a Muslim. Este le dio las gracias, bebió y se quedó sentado.

— ¿Por qué no te levantas? ¿Por qué no te vas? ¿Quién eres?

—No sé dónde ir. Soy extranjero… Vengo de la ciudad del Enviado de Allah. Estoy aquí desde hace varias semanas a causa de la invitación de los habitantes de Kufa. Eran varios millares los que me aclamaban cuando llegué. Hoy, ni uno acepta que yo entre en su casa…

— ¡Tú eres Muslim! ¡Tú eres el que buscan los guardias! ¡Entra rápido en mi casa!

— ¡Qué Allah te bendiga, madre! Pero no puedo aceptar tu oferta, correrías un riesgo demasiado grande.

— ¡Entra, te digo! ¡Tú eres el enviado de Husein! ¡Tú eres el primo y el hombre de confianza de mi Imam! ¡Cómo podría presentarme ante Fátima la Resplandeciente en el Día del Juicio, cuando me diga: “Tawah, el enviado de mi Husein ha venido hacia ti, perseguido por la guardia de Yazid, sin amigos, sin defensor, y tú lo has rechazado…” ¡Entra a esconderte en mi casa, hijo mío!

Muslim entró. Se escondió en un rincón de la casa. Como si presintiera que esa noche sería su última noche, decidió velar en oración.

Cuando el hijo de Tawah entró en la casa, la anciana señora no supo esconder que ella había ofrecido asilo al hombre que todos los guardias del Califa buscaban. Apaciguando la desconfianza de su madre con una mentira, el traidor encontró un pretexto para salir en plena noche. Se dirigió rápidamente hacia el palacio de Obeidullah. Cuando volvió a su casa, sesenta hombres armados hasta los dientes le acompañaban. Muslim oyó el paso de los caballos. Comprendió lo que pasaba. Se levantó de un salto, espada en mano, y se precipitó hacia la puerta. Tawah también los había escuchado y comprendió que su hijo les había traicionado. Suplicó a Muslim que no dudase de ella, y él le aseguró que estaba seguro de su sinceridad.

Muslim saltó a una callejuela. Se encontró frente a frente con los hombres de Obeidullah. Durante varias horas se batió contra quienes le cercaban para arrestarlo. Estos, incapaces de vencerle, lo hirieron desde lejos con flechas, piedras y objetos en llamas. Después le obligaron a replegarse hacia un sitio donde habían puesto una trampa en el suelo. Así pudieron apoderarse de él.

Muslim fue conducido al palacio del Gobernador. Obeidullah ordenó que se le degollase. Después el cuerpo del primer Mártir del Levantamiento del Imam Husein fue arrojado desde lo alto de las murallas del palacio.

Hani fue conducido al mercado de las ovejas de Kufa, para ser él también decapitado. Llamó a los miembros de su tribu:

— ¡A mí los Mazij! ¡Soy Hani hijo de Orwah vuestro jefe! ¿No hay ningún Mazij para venir a defenderme hoy?

Pero el clima de terror que Obeidullah hacía reinar desde varios días empezaba a producir sus efectos. Corría el rumor que el ejército de Damasco estaba a las puertas de la ciudad. Cien mil hombres llamados como refuerzo… Ni un solo Mazij vino en auxilio de su jefe. La cabeza de Hani fue también cortada

Los cuerpos de los dos Mártires fueron atados con cadenas a unos caballos en las calles de Kufa para provocar y para cundir el pánico entre la población. Sus cabezas fueron enviadas a Damasco, como presente a Yazid, el Califa Omeya.

 

2

Antes de la llegada a Kufa de Obeidullah, el Gobernador nombrado por Yazid, y de sus tropas, Muslim había escrito al Imam Husein para informarle del desarrollo de la misión que se le había encomendado. Los habitantes de Kufa y otras ciudades de Iraq habían enviado cartas y delegaciones al Imam Husein:

“¡Te esperamos Oh hijo del Enviado de Allah!”

“¡No queremos otro Califa!”

“¡Ven, ponte a la cabeza de nuestros ejércitos! ¡Ven!”

“¡No nos abandones!”

Pero había que ser prudente. La gente de Iraq había ya traicionado al Imam ‘Ali y al Imam Hasan. Muslim debía apreciar el grado de sinceridad de sus mensajes y organizar la llegada a Kufa del Imam. La situación le había parecido propicia para un levantamiento y había informado a su primo, el Imam Husein.

Cuando recibió la carta de Muslim, el Imam Husein había decidido partir sin esperar más. Tenía total confianza en su primo. Temía por otra parte que Yazid hijo de Muawiah, el Califa Omeya, lo asesinase en La Meca. Y no quería que la Ciudad Santa, en donde está prohibido incluso matar un insecto, fuese profanada con su propia sangre.

Partió del recinto Sagrado el 8 del mes de Dul-Hiyya del año 60 de la Hégira, la víspera del Día de Arafat. Si alguien se extrañaba que no esperase al término del Peregrinaje, contestaba que se iba a ofrecer a sí mismo en Sacrificio en Iraq.

En el camino, se encontró con peregrinos que le daban algunas informaciones:

— ¡Los corazones de la gente están contigo, pero sus espadas más bien están al lado de los Omeyas! … ¡De todas maneras, es cosa del Cielo que se decida el destino y Dios hace lo que quiere!

A medida que avanzaba hacia Iraq, el cortejo que acompañaba al Imam Husein aumentaba.

Envió un mensajero a Kufa. Capturado, se le ordenó, a cambio de salvar su vida, subir al púlpito de la Mezquita e injuriar al nieto del Profeta. Pero en lugar de esto, el valiente compañero del Imam llamó a la gente a sublevarse contra Obeidullah y su jefe Yazid. Fue arrojado vivo desde lo alto de los muros del palacio.

Un segundo mensajero del Imam Husein corrió la misma suerte.

Noticias sobre la situación real llegaron por fin al Imam Husein. Ordenó hacer un alto y se dirigió a aquellos que le acompañaban:

—Nuestros partidarios nos han abandonado. Aquellos que quieran marcharse, pueden volver a su casa. No tienen obligación hacia nosotros.

Todos aquellos que se habían juntado al cortejo durante el camino se dispersaron. Solamente se quedaron con el Imam Husein sus próximos y los Shias que le acompañaban desde La Meca, así como las mujeres y los niños de la Familia del Profeta.

El Imam Husein y sus compañeros reemprendieron la marcha. Al poco tiempo fueron interceptados por un primer destacamento del ejército de Yazid y obligados a cambiar de camino.

El 2 de Muharram del año 61 de la Hégira, toparon con otro cuerpo de las tropas, de cuatro mil hombres. Fueron obligados a pararse.

— ¿Cómo se llama este lugar? Preguntó el Imam Husein.

—¡Karbalá!

-¡Oh Dios mío! ¡Busco Tu Protección contra la aflicción (Karb) y la desgracia (Balâ)!

Y añadió:

—¡Descended de vuestras monturas!

Hemos llegado al término de nuestro viaje. Aquí es donde vamos a derramar nuestra sangre y donde seremos enterrados. ¡Es lo que me dijo mi abuelo, el Enviado de Allah!

El 7 de Muharram, el ejército tomó posiciones para impedir el acceso a los compañeros del Imam Husein al Eúfrates y así privarlos de agua.

El 8 de Muharram, los hombres de Yazid se aproximaron al campamento del Imam y con el paso de las Horas su agresividad aumentaba. Al paso de las Horas mostraban más y más su agresividad. Mostraban sus espadas y lanzas prestas, como si fueran a asaltarlos. Los incidentes se multiplicaban.

El Imam Husein envió a su hermano Abbas para preguntarles qué es lo que querían exactamente:

-¡Qué Husein se someta! ¡Qué jure fidelidad al Califa si no, le combatiremos!

La noche del 9 de Muharram, el Imam Husein encomendó a Abbas que negociara una última demora. El Imam y sus compañeros podrían así conseguir una última noche para prepararse para el Martirio.

 

3

La noche se pasó en Oración. Los compañeros del Imam Husein se hacían unos a otros sus últimas recomendaciones. El Imam reunió a todos los que le acompañaban. Les dijo que sus enemigos sólo le querían a él y les propuso aprovechar la oscuridad de la noche para huir. Apagó incluso las lámparas para que cualquiera que quisiera marchase pudiese hacerlo sin ser visto por sus compañeros. ¡Ninguno aceptó abandonar a su Imam! Todos querían morir con él y estar con él en el Paraíso.

A media noche, uno de los comandantes del ejército de Yazid, Hurr —aquél mismo que había forzado al Imam Husein a cambiar de camino y a dirigirse hacia Karbalá— se aproximó al campo. Su hijo y su esclavo (a quien amaba tanto como a su hijo) le acompañaban.

Desde la primera noche del encuentro, en medio del desierto, el Imam Husein había ofrecido a Hurr y a sus soldados sedientos el agua de la cual disponía. Había dado incluso a beber a sus caballos extenuados. Ahora, hacía ya tres días que el campamento del Imam Husein estaba privado de agua, las mujeres y sobre todo los niños sufrían terriblemente la sed. Al día siguiente, al alba, se realizaría el asalto, el nieto del Profeta y sus compañeros serían masacrados…

Hurr no se perdonaba su papel en este asunto. El arrepentimiento había invadido su alma, y no pensaba más que en lo que tendría que responder a la terrible pregunta que no dejaría de hacerle su Creador el Día del Juicio. Le hacía elegir claramente entre el Infierno y el Paraíso. Quizá estuviese a tiempo aún de obtener el perdón… No había tiempo para vacilar.

Cuando estuvo en presencia del Imam Husein, Hurr cayó de rodillas. Su voz estaba entrecortada por los sollozos:

— ¡Hijo del Profeta, perdóname! Yo no pensaba que mi acción tuviera tales consecuencias. ¡Permíteme unirme en defensa de tu vida y que mi hijo pueda defender la vida de tus hijos!

El Imam Husein levantó a Hurr y estrechando sus brazos, lo abrazó:

— ¡Hurr, amigo mío! No tengo la menor reprobación que dirigirte. Tu coraje y tu desinterés por las cosas de este bajo mundo se han unido a tu valor moral. ¡Tú eres mi invitado! ¡Perdona que no tenga nada que ofrecerte, ni de comer, ni de beber!

La velada prosiguió en oración. Los compañeros del Imam Husein lo rodeaban, todos se afanaban en recordar a Su Creador. Se prometían los unos a los otros que mientras seguían con vida, harían todo lo posible para que ningún mal afectara al nieto del Santo Profeta.

Llegaba el alba.

‘Ali Akbar, uno de los hijos del Imam Husein, recitó el Adhan. Una ráfaga de flechas, provenientes del ejército de Yazid, le respondió.

Los compañeros del Imam Husein se separaron en dos grupos. Mientras que unos rezaban detrás de él, los otros estaban de pie, pegados firmemente unos a otros, haciendo con sus cuerpos una muralla para los que estaban rezando, tan densa que ninguna flecha podía alcanzarles. Los héroes que formaban este muro viviente, recibían en su carne, sin desfallecer, sin una queja, esta lluvia de flechas afiladas. ¡Cuando todos hubieron terminado de hacer la Oración del Alba, veintitrés de los setenta y siete compañeros del Imam Husein estaban gravemente heridos!

El sol se elevó.

Los tambores de guerra del ejército Omeya comenzaron a sonar. A la vez, cerca de cinco mil soldados sedientos de sangre gritaban al Imam Husein que enviara sus hombres al combate… a sus setenta y siete valientes compañeros.

El día de Ashura comenzaba…

 

4

Antes de que se entablase la batalla, el Imam Husein intentó una última vez hacer razonar a los agresores, con la esperanza de evitar a aquellos que no se habían dado cuenta de la gravedad de lo que iban a hacer, participando en un crimen y en un pecado imperdonable. Les recordó la cantidad de mensajes que ellos mismos le habían enviado para invitarle a Iraq y prestarle juramento de alianza para defender a su lado el Mensaje del Islam. Pero sus discursos fueron vanos. Sus advertencias patéticas no fueron atendidas por esos hombres presos del dinero y sedientos de poder. El Imam Husein no se dio por vencido. Hizo que su caballo avanzara un poco más, cerca del ejército Omeya. Alzó el Santo Corán y dijo:

— ¡Soldados de Yazid! ¡Tenemos en común el Libro de Allah y la Sunna de mi abuelo, el Mensajero de Allah!

Nadie reaccionó. Insistió:

— ¿No veis que llevo la espada del Mensajero de Allah, su vestimenta de guerra, y su propio turbante?

—Sí, lo vemos.

— ¿Por qué entonces queréis combatirme?

— ¡Para obedecer las órdenes de nuestro Jefe, Obeidullah hijo de Yazid!

Entonces el Imam Husein se dirigió al hijo de Saad, el comandante del ejército de Yazid:

— ¡Umar! ¿Tú quieres matarme para que aquél que ha usurpado el Califato te nombre Gobernador de la mitad de Persia? ¡Por Allah! ¡No obtendrás este placer! Hazme lo que me tengas que hacer. ¡Pero te juro que después de mi muerte, no conocerás la felicidad, ni en este mundo, ni en el Otro! Veo tu cabeza atada a un palo y los niños de Kufa jugando con…

Exasperado por esta predicción. Umar hijo de Saad se volvió sobre sus talones. Tomó su arco, puso una flecha y tiró gritando:

—¡Sed todos testigos que yo soy el primero en haber tirado!

 

5

Hurr suplicó al Imam Husein que le permitiera se el primero en combatir, junto a su hijo y a su esclavo.

Sin duda esperaba convencer a los mil hombres que estaban bajo sus órdenes de unirse a él y defender al nieto del Enviado de Allah. Quizá entonces los soldados restantes se unirían a ellos, o al menos quizás tendrían que combatir a un enemigo menos numeroso que al que tenían que enfrentarse ahora. Hurr esperaba impedir la masacre que él había contribuido a preparar.

El Imam Husein dio su aprobación, Hurr, su hijo y su esclavo tomaron sus puestos y avanzaron hacia las líneas enemigas. Hicieron alto cuando estuvieron cerca del ejército de Yazid. Hurr comenzó a ensalzar a sus antepasados. Les hablaba con una gran elocuencia, apoyando su argumentación sobre numerosos versículos Coránicos. Les explicaba por qué había elegido alinearse al lado de la Verdad y de la Justicia, bajo la bandera del Imam Husein, y les rogaba que reflexionasen sobre las consecuencias que tendría para ellos el hecho de combatir y de asesinar al nieto del Profeta, a quien tanto habían amado. Les habló de la elección que debían hacer entre el Paraíso y el Infierno… Sus palabras tenían un efecto extraordinario en los soldados ancianos. Shamir hijo de Jawshane, uno de los jefes del ejército Omeya, percibió el cambio que se operaba en el corazón y el espíritu de los hombres. Pidió a ‘Umar hijo de Saad, el comandante en jefe del ejército, atacar en masa e inmediatamente a los tres hombres, pues la situación corría el riesgo de ponerse a favor del Imam Husein. Una recompensa fabulosa fue prometida a aquéllos que matasen a Hurr y a sus dos compañeros.

Los tres hombres hicieron prueba de tanta valentía y destreza que para matarlos, escogieron a dos decenas de enemigos. El hijo de Hurr fue asesinado el primero, después le tocó el turno a su esclavo. Hurr continuaba haciendo estragos en las filas del ejército de Yazid. Pero sus numerosas heridas le hicieron perder mucha sangre. Le sobrevino un aturdimiento y cayó del caballo.

A la hora de su muerte, deseaba escuchar aun una vez más de la boca del Imam Husein la seguridad de que éste le había perdonado. Lo llamó con todas sus fuerzas antes de perder la conciencia.

Cuando oyeron el grito de Hurr, el Imam Husein y Abbas montaron sobre sus caballos. Como un sable, atravesaron las filas enemigas, hasta donde yacía Hurr.

El Imam Husein llegó el primero. Levantó la cabeza de Hurr y la puso sobre sus rodillas. Después secó la sangre que cubría su cara y cerró la ancha herida abierta en su cráneo sirviéndose de una banda que Fátima, su madre, había tejido.

Hurr abrió los ojos. Era incapaz de hablar, pero fijó sus ojos en los ojos del Imam. Este comprendió lo que el moribundo quería saber. Puso su mano sobre la cabeza de Hurr, rezando:

— ¡Qué Allah te dé Sus Bendiciones por lo que has hecho hoy para defenderme!

Oyendo estas palabras, Hurr expiró, su cabeza todavía estaba sobre las rodillas del Imam Husein. El y Abbas levantaron el cuerpo sin vida y lo transportaron hacia el campamento.

Después de Hurr intervinieron cada uno de los valientes y devotos Shias del Imam Husein.

Cada uno de ellos reivindicaba el honor de sacrificar su vida el primero. ¡Cada uno de ellos ardía en deseo de morir defendiendo la vida del nieto del Enviado de Dios y la de sus próximos que amaban más que a sí mismos y que a sus propios parientes!

 

6

Habib hijo de Mazahir estaba ligado al Imam Husein desde su más tierna infancia. Un día, en Medina, cuando Habib tenía quizás ocho años, el Santo Profeta pasó cerca de un grupo de niños que estaban jugando. Habib estaba con ellos. El Profeta lo había atrapado, levantándolo en sus brazos, y abrazándolo con tanto amor que los compañeros presentes se asombraron. Ciertamente cada uno de ellos conocía el afecto que el Enviado de Allah tenía hacia los niños. Pero, por qué tales demostraciones de afecto hacia este niño anónimo en particular. Entonces el Santo Profeta, con los ojos llenos de lágrimas, declaró:

“¡He visto con mis ojos a Habib seguir con devoción a Husein a donde vaya! Lo he visto abrazar el fuerte sol por Husein. ¡Y he visto el día en que este mismo niño mostrará su amor por Husein de una manera que volverá su nombre inmortal!”

Cuando llegó a Karbalá, la primera cosa que había hecho el Imam Husein había sido escribir a Habib, que se encontraba en Kufa, para informarle de la situación en la cual se encontraba.

Apenas había recibido la carta del Imam Husein, Habib había decidido correr en su ayuda. Informó a su esposa de su decisión, ofreciéndole devolverle su libertad, si ella lo quería, y darle todos los bienes que poseía. La noble señora respondió:

—Estoy orgullosa de la decisión que has tomado, sacrificar tu vida para defender al Imam Husein. ¡Estabas orgulloso de que el nieto del Profeta te considera su amigo de la infancia, y ha mostrado sobradamente cuánta confianza tiene en ti, ya que sólo a ti ha escrito para pedir socorro a la hora de la necesidad! ¡Ve pues y qué Dios te guarde!

Habib no tenía otro pensamiento: llegar a Karbalá lo antes posible, llegar a tiempo para defender a su Imam. Le contó su secreto al esclavo a quien confió la tarea de conducir su caballo a un cierto lugar desde donde partiría hacia Karbalá esa misma noche. Cuando llegó cerca del sitio del encuentro, oyó a su esclavo impacientarse:

—¿Cómo es que mi señor tarda tanto? ¿Habrá sido detenido? Si éste es el caso, voy a partir yo mismo para encontrarme con el Imam Husein para asegurar que mi señor no lo ha abandonado sino que ha sido por algún impedimento. ¡Sería la solución de mi vida si yo pudiese combatir entonces y derramar mi sangre por el nieto del Enviado de Allah!

Habib pidió las Bendiciones de Allah para su esclavo y atravesó el campo de batalla. Llegó al campamento del Imam Husein la noche del 9 al 10 de Muharram. El Imam había distribuido las armas a sus compañeros y había guardado un equipo completo en reserva. Alguien le preguntó por qué razón no distribuía esas armas también. El Imam Husein respondió:

—¡Habib, el más querido de todos mis amigos, va a venir: yo lo llamo! Estas armas serán las suyas.

Habib se batió como sólo se baten aquéllos a quienes la fe anima. Y cuando recibió el martirio expiró con el corazón satisfecho de no haber decepcionado a aquél a quien amaba tanto.

 

7

Muslim hijo de Awsaja era un venerable compañero del Santo Profeta. Tenía noventa años ya pasados. El peso de los años había curvado su espalda, pero esto no ablandó el celo con que serviría a la causa de la Verdad. Él había visto al Santo Profeta abrazar con amor a su nieto Husein.

Había visto al Santo Profeta descender precipitadamente de su púlpito en la Mezquita de Medina interrumpiendo su sermón para coger en sus brazos y consolar a Husein quien se había caído después de quedársele atrapados los pies en una alfombra de fibra de palmeras.

Había visto al Santo Profeta, un día de ‘id, correr por las calles de Medina llevando sobre sus espaldas, al mismo tiempo, a Hasan y a Husein e imitando el grito de un caballo porque los niños querían dar un paseo sobre la grupa de ese animal.

Un Compañero del Santo Profeta exclamó entonces:

—¡Qué maravillosa montura han encontrado estos niños!

—¡No! Respondió el Profeta. Di más bien: ¡Con qué maravillosos jinetes he sido gratificado!

Este venerable testimonio de la Revelación, este fiel shia del Imam ‘Ali, después del Imam Hasan y después del Imam Husein, no podía imaginar un sólo instante que pudiese abandonar a su Imam en un momento tan crítico. En cuanto al Imam se refiere, hacía todo lo posible para intentar convencerle de que a su edad no debería pensar en combatir.

Pero si la edad había menguado las fuerzas de Muslim, la llama del amor por la Familia del Profeta (Ahl ul-Bait), que consumía su alma, lo sostenía y se añadía a su inflexible determinación de defender a aquél a quien había visto como el Profeta abrazaba tantas veces.

Con noventa años ya pasados, Muslim se lanzó a la batalla y ofreció hasta su última gota de sangre para defender al Imam Husein.

 

8

Borair Hamadani era un guerrero intrépido. Sus proezas en los duelos eran legendarias. Cuando supo que ‘Umar hijo de Saad y sus soldados tenían la intención de matar al Imam Husein, se juró a sí mismo hacerles gustar su espada. Esta espada que había sembrado el terror en los corazones de tantos valerosos guerreros… El Imam Husein pasó todas las penas del mundo para retenerlo y hacerle comprender que su intención no era la de atacar al enemigo sino morir como mártires.

Fue Borair Hamadani quien había reunido a todos los compañeros del Imam Husein, quien los había puesto en guardia contra un posible ataque sorpresa durante la noche:

—¡Si el nieto del Enviado de Allah es muerto de súbito, mientras que nosotros estemos con vida, la desgracia y el deshonor nos cubrirán hasta el fin de nuestros días! ¡Hagamos lo que hagamos en toda nuestra vida, nada podría borrar esta infamia!

Fue también Borair Hamadani quien una noche, cuando montaba guardia, escuchó una conversación entre el Imam Husein y su hermana Zaynab. Ésta preguntaba al Imam si estaba seguro de sus shias, si pensaba que éstos combatirían para defenderle o si temía que le abandonasen. Borair despertó inmediatamente a todo el campamento, se presentó ante Zaynab, bajando la cabeza ante la hija del Imam ‘Ali y de Fátima la Resplandeciente y declaró que era para él una cuestión de honor batirse y morir para defender al Imam Husein y a la Familia del Profeta. Borair pidió a cada uno de los presentes dar el mismo juramento a Zaynab. Fue aún Borair Hamadani quien, oyendo a un niño llorar tanto por la sed que tenía, acompañado de algunos de los compañeros del Imam Husein, buscó un camino hacia el río, a través de las filas del ejército enemigo.

Los hombres de ‘Umar hijo de Saad les interrogaron. Borair respondió:

—¡Soy Borair Hamadani! ¡Shia de Husein! ¡Voy a buscar un camino para dar a beber a los niños que mueren de sed!

Los soldados respondieron a Borair que él y sus compañeros podrían beber tanto como quisiesen, pero ni una gota de agua debía llegar al campamento sitiado. Borair insistió, hablando del sufrimiento de los niños privados de agua en ese desierto aplastado por el calor. Los soldados se burlaron de él y de sus sentimientos.

Entonces Borair se encolerizó. El y el puñado de amigos del Imam que lo acompañaban, en un instante dispersaron el regimiento que guardaba el acceso al río.

Con el corazón lleno de satisfacción y de orgullo de haber cumplido con su deber de llevar al campamento un odre lleno de agua. Viéndole, los niños chillaban de alegría. Se precipitaron para apagar su sed…

—¡Desgraciadamente! Con las prisas, los desdichados se atropellaron, uno cayó sobre el otro y se rompió. ¡Ni uno pudo beber siquiera ni una sola gota! Borair no pudo contener las lágrimas, viendo que todos sus esfuerzos no habían servido de nada…

Borair Hamadani se adelantó hacia el campo de batalla. Numerosos fueron aquéllos, de entre los enemigos, que le precedieron en la muerte.

Después Borair recibió al fin el martirio al cual él aspiraba.

 

9

Uno tras otro, los fieles shias del Imam avanzaron hacia el enemigo. Uno después del otro combatía con fiereza. Uno tras otro enviaban al Infierno un gran número de los partidarios de Yazid.

Cuando les llegaba la hora del fallecimiento, agotados por las numerosas heridas recibidas, cada uno de ellos gritaba dirigiéndole al Imam Husein:

—¡Oh mi señor! ¡Te envío mis últimos saludos!

Entonces, cada vez, el Imam Husein, acompañado de su hermano Abbas y de su hijo ‘Ali Akbar, se precipitaban como una flecha al lado de su amigo para reconfortarle en sus últimos instantes.

Desde la mañana, el Imam Husein no había cesado de asistir de varias maneras a sus fieles, de tomar en sus brazos sus cuerpos sin vida y de llevarlos uno tras otro al campamento.

Sobre cada uno de ellos lloraba abundantemente, se acordaba de su afecto por él, su profunda devoción y su espíritu de sacrificio. La muerte de cada uno de sus fieles amigos era para el Imam Husein una herida dolorosa.

Estos hombres valientes no tenían a sus familias con ellos, en Karbalá, para rendirles los últimos respetos y llorar su muerte. Pero las hermanas y las hijas del Imam Husein, así como las Señoras de la Casa lloraban, como lo habrían hecho para sus propios hermanos o sus propios hijos.

 

10

Wahab hijo de AbdAllah era apenas un joven. Se había casado hacía apenas dos días cuando, volviendo a su casa con su madre y su joven esposa, pasó por Karbalá. Había una gran reunión de tropas, cercando un minúsculo campamento. Fue a buscar noticias y supo que el ejército de Yazid estaba a punto de masacrar al nieto del Santo Profeta que rechazaba aceptar “la dirección espiritual” del Califa libertino.

La madre de Wahab, señora valiente y fiel shia del Imam ‘Ali, vivía en Damasco cuando Muawiah, el padre de Yazid, reinaba. Ella públicamente había denunciado su tiranía y su desviación religiosa, lo que le valió ser encarcelada y torturada antes de ser expulsada de la ciudad. Ella había transmitido a su hijo el amor sin límites que tenía por los santos Imames. Entonces sin titubeo alguno, los tres viajeros decidieron unirse al Imam Husein y sus defensores.

Desde la mañana, Wahab no cesaba de suplicar al Imam Husein que le permitiese lanzarse sobre el campo de batalla y ofrecer su vida para defenderle. Cada vez, el Imam le mandaba de vuelta diciéndole que su madre y su esposa tenían necesidad de él. Cuando todos los amigos del Imam Husein habían recibido el martirio, no quedando con él más que los miembros de su familia, Wahab una vez más tentó su suerte. El Imam le respondió que no podía autorizarle a combatir si antes no obtenía la autorización de las dos mujeres que estaban a su cargo.

La madre de Wahab, quien se encontraba justo al lado, respondió directamente al Imam Husein:

-¡Lo he alimentado de mi leche en su infancia, pero no lo consideraré mi hijo sino muere defendiéndote como lo han hecho antes que él los otros shias!

Con lágrimas en los ojos, la joven esposa de Wahab habló a su vez:

—¡Wahab, tu primer deber y el más importante de todos es el defender al nieto del Profeta y a su Santa Familia, aunque sea al precio de tu propia vida! Espero verte en el Paraíso. ¡Pido a Dios que nos reúna y no nos haga esperar!

Y añadió:

—¡Sé que los hombres de Yazid no dejarán con vida a ninguno de los hombres de la familia del Imam Husein! En cuanto a nosotras, las mujeres, seremos todas, tomadas como esclavas…

¡Sin duda las mujeres de la Familia del Profeta serán tratadas con algún respeto pero las demás… Tu madre y yo misma, no nos beneficiaremos de la misma condición! No te pido más que una cosa: ruega al Imam para que nos quedemos con las mujeres de su Familia, con el fin que seamos tratadas de la misma manera que ellas.

El Imam Husein aseguró a Wahab que Zaynab, su hermana, la hija del Imam ‘Ali y de Fátima, velaría por las dos mujeres igual que por todas las mujeres de la familia.

¡Lo que la esposa de Wahab no había imaginado es que los soldados despreciables del ejército de Yazid tratarían a las mujeres de la Familia del Santo Profeta como cautivas corrientes y esclavas!

Wahab se lanzó al combate y murió defendiendo a su Imam tal como su corazón deseaba ardientemente.

Todos los fieles shias del Imam dieron igualmente su vida sin vacilar. Habían vivido una vida noble y conocieron una muerte gloriosa.

Aún en la muerte, Habib hijo de Mazahir, amigo fiel, reposa en la entrada del Mausoleo del Imam, como si continuase en la muerte su noble tarea de velar por él, como hizo en la batalla de Karbalá.

Todos los defensores de la Familia del Profeta habían derramado hasta la última gota de su sangre. No quedaban alrededor del Imam Husein más que sus hijos, sus hermanos y sus sobrinos.

El Imam quiso enviar a su hijo ‘Ali Akbar a combatir antes que a nadie, pero los fieles shias se lo impidieron. El pensar que el hijo tan querido del Imam Husein pudiese perder la vida en la batalla, mientras que ellos mismos estuviesen aún con vida en este mundo, les resultaba insoportable.

Concebir solamente una idea tal, hubiese sido para ellos una blasfemia.

 

11

‘Ali Akbar se presentó ante su padre y le pidió permiso para entrar en la arena sangrienta de donde ningún miembro de su campamento había vuelto vivo.

El Imam Husein lo miró largos minutos sin responder. Contemplaba el rostro de aquel que se confundía con el del Mensajero de Allah. Todo en él, sus rasgos, su voz, sus maneras evocaban a su bisabuelo.

Cuando el Imam Husein y los suyos salieron de Medina algunos meses antes para no volver más, la población había venido para despedirlos. La desesperación se dejaba ver en aquellos que se acordaban de la predicción del Santo Profeta, que un día el Imam Husein y su familia se irían de su ciudad para siempre. No pudiendo disuadir al Imam, suplicaron que dejase al menos a ‘Ali Akbar, al nadie podía mirar sin pensar inmediatamente en el Enviado de Allah… Pero el Imam les respondió que, allí donde él iba, ‘Ali Akbar tenía una misión que cumplir y que nadie más que él la podía realizar.

— Hijo mío— le dijo. —¿Cómo un padre puede decirle a su hijo que se vaya allí donde él sabe que no volverá? Ve a ver a tu madre y a tu tía Zaynab, quienes, desde tu más tierna infancia, te han rodeado de más amor que a sus propios hijos, y pídeles su autorización.

‘Ali Akbar penetró en la tienda donde se encontraba su madre, Um Layla, y su tía, Zaynab. Las dos mujeres estaban sumidas en la contemplación del campo de batalla y escuchaban los bramidos de las hordas enemigas. Sabían bien que ahora todos los fieles shias del Imam Husein habían dado su vida, el turno de sus hijos, sus hermanos y sus sobrinos había llegado. No era sino una cuestión de tiempo. Sólo era cuestión de saber cual sería el primero.

La presencia de ‘Ali Akbar las sacó de sus pensamientos. Zaynab rompió el silencio.

—¡Dios mío! ¡No es posible que Akbar haya venido para decirnos adiós! ¡Akbar, no nos digas que estás presto para tu último viaje! ¡Mientras que mis hijos ‘Aoun y Muhammad estén con vida, no te dejaré partir!

‘Ali Akbar conocía el amor que le tenía su tía y que no era sobrepasado sino por el que sentía por su hermano Husein.

Él la miró. Y miró a su madre. No sabía cómo decirle que estaba preparado para el viaje que lo enviaría al Paraíso.

—Tía mía. Para todos los próximos de mi padre la hora inevitable ha llegado. Por el amor que le tienes a tu hermano, te suplico que me dejes partir al combate para que no puedan decir que él me ha querido guardar hasta que todos sus hermanos y sus sobrinos fueran asesinados. Mi tío Abbas está al frente de nuestra tropa. Todos los demás son más jóvenes que yo. ¡Cuándo la muerte está cercana, déjame morir el primero para que pueda apagar mi sed en la fuente de al-Kawzar, de las propias manos de mi bisabuelo, el Enviado de Allah!

Zaynab sollozó:

—¡Akbar, hijo mío! ¡Si la llamada de la muerte ha llegado hasta ti, entonces ve!

Um Layla, la madre de ‘Ali Akbar, que se había quedado muda de angustia, no pudo decir más que:

—¡Qué Dios esté contigo, hijo mío! Contigo pierdo todo lo que poseo y todo lo que me importa en este mundo. Tu padre me ha prevenido de lo que me espera… Después de ti, para mi no habrá ninguna diferencia entre placeres y sufrimientos.

Después de estas palabras cayó inconsciente en los brazos de ‘Ali Akbar.

Los clamores de guerra atizados por el enemigo se hacían cada vez más fuertes. ‘Ali Akbar sabía que si él no se lanzaba al combate rápidamente, los hombres de Yazid, frustrados en su sed de sangre, se abalanzarían al asalto del campamento, sin que nadie pudiese socorrer a las mujeres y a los niños. Puso delicadamente en los brazos de Zaynab el cuerpo aún inerte de su madre.

—Tía mía, te confió a mi madre. Sé que desde tu infancia, tu madre Fátima te preparó para los eventos de este día terrible y para lo que pasará después. Pero mi madre no soportará una tal calamidad si tú no la alientas con tu coraje. Te suplico que la ayudes cuando vea mi cuerpo sin vida.

‘Ali Akbar volvió al lado de su padre. Sin decir una palabra, el Imam Husein se levantó. Enrolló el turbante del Santo Profeta alrededor de la cabeza de ‘Ali Akbar, cernió la funda de su arma y puso una banda sobre su frente. Con una frase en blanco que decía:

-¡Ve Akbar! Dios está contigo.

‘Ali Akbar salió de la tienda, seguido por el Imam Husein. Quería montar en su caballo, pero alguien tiraba de sus riendas hacia atrás. Se volvió. Era Sukaina, su pequeña hermana, que imploraba:

—¡No te vayas, Akbar! ¡No vayas allá abajo, de donde nadie ha vuelto desde esta mañana!

‘Ali Akbar tomó en sus brazos a la pequeña, la abrazó y la dejó en el suelo. No podía hablar. Partió.

‘Ali Akbar se paró ante las filas enemigas. Les habló con la elocuencia que había heredado del Santo Profeta. Les explicó las razones y el sentido del combate del Imam Husein y su fin resultante si derramaban la sangre del nieto del Enviado, incurrirían en la cólera de Allah y de Su Profeta que tanto amaba a Husein.

Los más ancianos se frotaban los ojos y se preguntaban con estupor si el Profeta en persona no había descendido del Cielo para impedirles derramar la sangre de Husein. ¡Era la misma talla, el mismo rostro, la misma actitud, y los mismos modales, y la misma voz, y hasta la misma manera de hablar!

‘Umar hijo de Saad vio el efecto que las palabras de ‘Ali Akbar producían en sus hombres. Convenció a los más ávidos a afrontar en singular combate al valiente joven hombre debilitado por tres días de hambre y de sed.

Un par se avinieron, seguros de ellos mismos. Pero encontraron la muerte, uno tras otro.

La sangre del Imam ‘Ali corría en las venas de ‘Ali Akbar. El mismo coraje, la misma destreza, la misma fogosidad, sembraba el mismo terror en los corazones de aquéllos que se le enfrentaban. Y rápidamente se desembarazó de todos aquéllos que habían tenido la osadía de atacarle. A su turno, desafiaba al enemigo, pero nadie osaba ya venir a batirse con él.

‘Ali Akbar tenía una sed terrible. La debilidad resultante de tres días de ayuno ininterrumpido había agravado la perdida de grandes cantidades de sangre que fluía de sus heridas.

Estaba deseoso de volver a ver una última vez a su padre, a su madre y a su tía. Ya que los enemigos no se decidían a enfrentársele, se lanzó a toda velocidad hacia el campamento asediado.

El Imam Husein lo abrazó con felicidad:

—¡Bravo hijo mío! ¡Estoy orgulloso de ti! ¡Tu coraje y tu destreza me recuerdan a los combates de mi venerable padre, el Imam ‘Ali! ¡Con esta diferencia, que él no se batía más que contra los enemigos, mientras que tú debes también luchar contra el hambre y la sed!

—Padre mío la sed me mata, ya que mis heridas han aumentado sus efectos. Pero sé que tú no me puedes ofrecer nada, ni siquiera una gota de agua. He venido solamente para verte, así como a los míos, una última vez.

‘Ali Akbar partió para el combate. El Imam Husein lo siguió varios pasos como un peregrino sigue al cordero del sacrificio en Mina. Y oró:

—¡Oh Dios mío! Tú eres Testigo que hoy he sacrificado el ser más querido del mundo por la causa de la Justicia y la Verdad.

El Imam Husein después escuchó una llamada desgarradora, el grito de agonía de su hijo:

-¡Padre! ¡He sido tocado de muerte! ¡Padre ven junto a mí! ¡Padre, si no puedes llegar hasta mí, te saludo, al igual que a aquéllos que amo!

El Imam Husein escuchó esta llamada ¡Sabía que, fuese cual fuese su valentía y su habilidad, ‘Ali Akbar no podría tenerse en pie por mucho tiempo contra el ejército al completo! Quería levantarse para correr cerca de ‘Ali Akbar, para asistirlo en los últimos instantes, pero sus piernas flaqueaban. Se hundió. Su corazón se apoderó de una crispación que llegó a ser dolorosa, luchó contra sus pies para levantarse. No podía ver nada, sus ojos estaban tan llenos de lágrimas.

¡Akbar, grita! ¡Llámame otra vez, para que sepa dónde estás! ¡No puedo verte!

Abbas vino a socorrer a su hermano y lo ayudó hasta que llegaron los dos junto a este joven hombre. ‘Ali Akbar reposaba en medio de un mar de su propia sangre. Husein cayó sobre el cuerpo de su hijo, suplicándole que hablase, o al menos que abriese los ojos, pero Akbar no hablaba. Akbar no se movía. Las últimas gotas de sangre acababan de derramarse de una herida abierta en su pecho. El Imam Husein puso su mejilla contra la de su pequeño. Le suplicó que abriera los ojos una última vez. Una pálida sonrisa se dibujó en los labios de ‘Ali Akbar un breve instante, después entregó el alma. La mejilla de su padre acariciaba a la de su hijo, en la muerte como tantas veces en la vida…

¡Con cuánta dificultad el Imam Husein llevó el cuerpo sin vida de ‘Ali Akbar hasta el campamento! Rechazaba la ayuda que le ofrecía Abbas. Lo llevaba en sus brazos contra su corazón, titubeando por el esfuerzo. Colocó al fin su precioso fardo sobre el suelo y llamó a las mujeres de la Casa. Zaynab y Kulzum, sus hermanas, Um Layla y Um Rabbah, sus esposas, Sukaina y Rukaya sus hijas y todas las otras… Um Layla, la madre de ‘Ali Akbar, bajó los ojos hacia el cuerpo de su pequeño y se dirigió al Imam Husein:

—¡Mi Señor! Estoy orgullosa de Akbar, que ha tenido una muerte tan noble. Ha abandonado su vida por la más sublime de las causas y este pensamiento me mantendrá el resto de mi vida.

Después se arrodilló ante ‘Ali Akbar y puso llorando su rostro sobre el suyo.

Zaynab y Kulzum, Sukaina y Rukaya también cayeron sobre el cuerpo sin vida y las lágrimas que ellas vertían lavaban la sangre de las heridas de ‘Ali Akbar. El Imam Husein se quedó algunos instantes al lado de este hijo que había ofrecido en sacrificio. Estaba sumergido en dolor.

 

12

Un joven, casi un niño, se dirigió al Imam Husein:

— ¡Tío mío, vengo a pedirte tu autorización para marchar al combate!

Era Qasim, el hijo de su hermano, el Imam Hasan.

El Imam Husein se levantó, secó las lágrimas que bañaban sus ancianos ojos y murmuró:

—¡Ciertamente es a Dios a quien pertenecemos y es a Él a quien debemos retornar!

La noche precedente, mientras que ‘Aoun y Muhammad, los dos hijos de Zaynab, discutían la manera de obtener, de su tío, la autorización para combatir al enemigo. Um Farwa, la madre de Qasim, llamó a su hijo a su tienda. Um Farwa, cogió a su hijo en sus brazos y le dijo:

—¡Qasim, hijo mío! ¿Sabes por qué te he llamado? ¡Quiero recordarte tus deberes hacia tu tío Husein! Quiero decirte algo del amor único que tu padre tenía por su hermano Husein. Estaban tan unidos que siempre pensaban y actuaban de acuerdo. ¡La más mínima pena que uno sintiera hacía sufrir al otro al instante! Estaban tan unidos, más que dos gemelos. Si Hasan estuviese todavía en este mundo, imagino sin duda alguna que hoy estaría resentido. No cabe duda que sería el primero en levantarse y sacrificar su vida para defender a su hermano Husein.

Um Farwa retomó la conversación después de una pausa:

—Cuando tu padre falleció, eras muy pequeño para comprender la vida. Sus últimas palabras, sobre su lecho de muerte fueron las siguientes: “¡Um Farwa, te confío, al igual que a mis hijos, a la protección de Dios y de mi hermano Husein! Cuando Qasim sea mayor, le dirás que mi última voluntad es que se mantenga al lado de Husein contra viento y marea. Veo venir un día en el cual mi hermano será asediado por todos lados y traicionado por todos. Ese día tendrá necesidad del apoyo sin fallos de sus próximos. ¡Quiero que tú prepares a Qasim desde su más tierna infancia para que esté listo para ese día!”

—¡Mamá, no sé cómo agradecerte lo que acabas de decirme! Tan lejos como alcanza mi recuerdo, no he tenido nunca conocimiento de lo que es el amor de un padre. ¡Pero sé que si mi padre hubiese vivido, no habría podido darme más ternura y afecto que mi tío Husein! ¡Nunca me ha dejado ni un instante sentirme huérfano! ¿Cómo podría olvidar todo lo que le debo? ¿Cómo podría ser ingrato hasta este punto hacia él? ¿Qué aliciente tendría para mí la vida sin él y sin mi tío Abbas y sin ‘Ali Akbar, y ‘Aoun y Muhammad?

El Imam Husein miraba con ternura al jovencito que estaba frente a él. Meneaba la cabeza con tristeza:

—¡Qasim mi querido niño! ¿Cómo podría permitirte partir, cuando sé que la muerte está al borde del camino? Tu padre, mi querido hermano, te confió a mi cuidado. ¡Mi corazón tiembla de pensar en mandarte al suplicio!

La respuesta del Imam Husein rompió el corazón de Qasim. Se quedó inmóvil, cabizbajo, sin saber qué decir para arrebatar a tu tío la autorización tan anhelada.

En este momento llegó Zaynab. Se dirigió al Imam Husein:

—¡Husein, hermano mío, en toda mi vida no te he pedido nada! Hoy, por primera y última vez, tengo un favor que pedirte. ¡Permite a mis dos hijos ir tras los pasos de Akbar! ¡Autorízales para ir al combate!

El Imam Husein miró a su hermana, después a ‘Aoun y a Muhammad.

—¡No encuentro ningún argumento, Zaynab, para denegarte lo que me pides! ¡Mi corazón zozobra por enviar a la muerte a estos dos niños! ¡Vosotros dos, mis queridos niños, id! Satisfaced vuestro deseo de morir como héroes. Yo no tardaré mucho en volver a encontraros…

Con esta respuesta, los dos jóvenes héroes se transfiguraron de felicidad. Pidieron a su madre que les diese su bendición. Con los ojos llenos de lágrimas Zaynab los abrazó:

—¡Hijos míos, queridos míos! ¡Qué Dios esté con vosotros hasta el final! ¡Qué vuelva dulce vuestra muerte! ¡Es mi destino el sufrir ultrajes e ignominias sola, sin hermanos, ni hijos, ni nietos para consolarme!

—Mamá con la ayuda de Dios, le mostraremos a ‘Umar hijo de Saad y a todo su ejército que somos los dignos nietos de Yafar Taiar! ¡Si Dios lo permite, nos batiremos con tanto coraje que tu pena se transformará en orgullo!

Los dos valientes nietos del Imam Husein montaron y partieron, a pesar de las miradas angustiadas de los suyos. Una nube de polvo enmascaraba el furor del combate que libraban contra los enemigos del Islam.

Pronto se escuchó el grito de adiós de ‘Aoun. El Imam Husein palideció, como si él mismo hubiese sido alcanzado. Miraba a su hermana Zaynab. Abbas y Qasim se precipitaron para consolarlo. Entonces seguidamente Muhammad, herido mortalmente, saludó a su tío el Imam Husein. El Imam Husein corrió hacia ellos. Ordenó a Abbas y a Qasim permanecer al lado de Zaynab.

Fue a Muhammad a quien encontró primero. El chico perdía mucha sangre y respiraba con dificultad. Una profunda herida en la garganta hacía su voz casi inaudible.

El Imam Husein se inclinó para tocarlo y le oyó murmurar:

—Recibe mis últimos saludos, tío mío. Di a mi madre que he hecho lo que ella esperaba de mí, y que muero con coraje como ella misma y mi padre me lo ordenaron. Transmítele mis saludos y consuélala como puedas.

Muhammad cerró los ojos un instante, después dijo suspirando:

—¡Antes de caer yo mismo, he oído el grito de ‘Aoun! No tengo más necesidad de ayuda ahora. ¡Ve a buscar a ‘Aoun, tío mío, antes de que sea demasiado tarde!

Apenas había pronunciado estas palabras que lo que quedaba de vida en él se escapó.

El Imam Husein buscó en la dirección de donde había venido la llamada de ‘Aoun. Cuando encontró su cuerpo, el último suspiro había ya partido. Lo levantó en sus brazos y abrazó contra su pecho al chico sin vida.

Llevando el cuerpo de ‘Aoun en sus brazos, el Imam Husein fue hasta el campamento. Abbas corrió a su encuentro:

—¡Déjame llevar a ‘Aoun hasta su última morada, mientras que tú vuelves para buscar a Muhammad! Todavía estoy vivo, mi Señor. ¡Déjame compartir tu carga y tu pena!

El Imam Husein tendió el cuerpo exangüe a Abbas y fue a buscar a su otro sobrino. Cuando Zaynab vio los dos cuerpos sin vida, cayó sobre ellos llorando:

—¡Mis queridos hijos! ¿Qué madre podría enviar a la muerte a sus hijos como yo lo he hecho hoy? Queridos míos habéis dejado este mundo sufriendo sed. Pero vuestro abuelo ‘Ali va a apagar vuestra sed con el agua de las fuentes del Paraíso.

 

13

Como era habitual en el ejército de Yazid, los tambores redoblaban para proclamar la muerte de los jóvenes, o más bien su masacre.

¡En cuanto cesaron, fueron reemplazados por los gritos salvajes de las hordas ebrias de odio, sedientas de mortandad, reclamando aún más sangre, sangre sin cesar!

Cuando Zaynab hubo intervenido para que el Imam Husein permitiese a ‘Aoun y a Muhammad ir al combate, Qasim se apresuró para ir a visitar a su madre. Le contó con amargura lo que había sucedido. Concluyó:

—¿Si yo no puedo morir como mártir hoy, qué interés tendrá para mí la vida?

Um Farwa se acordó de lo que el Imam al-Hasan, su marido, le confió antes de morir, que un día Qasim estaría desesperado por encima de toda descripción. Le había escrito una carta sellada que debería darle entonces. La buscó y se la dio a Qasim. Con los dedos temblorosos de impaciencia y angustia, quitó el sello. Desplegó la carta y leyó:

—Hijo mío. Cuando esta carta te llegue, habré dejado de vivir hace tiempo. Cuando leas esto, estarás desgarrado por un conflicto entre tu intenso deseo de llevar a cabo tu deber y mostrar tu amor por tu tío Husein y el amor que él te tiene obligándole a impedirte la realización de tus obligaciones. Previendo este día, es por lo que escribo esta carta. Adjunto otra que es para él. Dásela a tu tío: ¡Te permitirá que realices lo que tu corazón desea! Qasim, cuando leas esta carta, el tiempo de nuestra separación estará a punto de finalizar. ¡Apresúrate hijo mío! ¡Te espero!

Qasim, lleno de júbilo, dobló la carta y se despidió de su madre. Corrió a llevarle el mensaje a su tío. Pero éste y Abbas cada uno por un lado vigilaban los sucesos del combate de ‘Aoun y Muhammad.

Qasim no quería molestar a su tío en tales momentos. Decidió esperar.

Cuando los cuerpos de ‘Aoun y Muhammad fueron devueltos a su madre, Qasim se acercó a su tío. No sabiendo qué decir, le entregó simplemente la carta.

El Imam Husein reconoció a primera vista la letra de su hermano. Sorprendido, abrió la carta y leyó el mensaje que le había escrito:

—Mi querido Husein, cuando leas esta carta, estarás asediado por todas partes de preocupaciones y desgracias. Los cuerpos sin vida de tus próximos sembrando el suelo te rodearán. Yo no podré estar allí para dar la vida por ti, pero dejo después de mí a Qasim, que será mi representante a tu lado. Husein, te pido que no rehuses mi ofrenda. En el nombre del amor que me tienes, deja que Qasim combata para defenderte. Déjale conocer la Gloria del Martirio.

El Imam Husein fue invadido por el recuerdo de su hermano. No pudo contener las lágrimas ante esta última prueba de amor. ¡Más allá de la tumba, Hasan le dejaba a su hijo, Qasim, para defenderle este día!

El Imam Husein se recobró con esfuerzo. Levantó sus ojos hacia Qasim:

—Mi querido hijo, la voluntad de tu padre es para mí una orden. No me deja elección. ¡Ve Qasim! Es lo que tu padre quiere. ¡El martirio es tu destino, debo aceptarlo!

Qasim volvió a despedirse de su madre. Um Farwa vio la satisfacción en el rostro de su hijo, y comprendió que la hora había llegado.

Lentamente se levantó:

—Hijo mío, todos estos años, he esperado el día que tuvieses la edad para casarte y para esta ocasión he guardado la ropa que llevaba tu padre el día que me desposó… Quería pedirte que la llevases el día de tu boda.

Um Farwa hizo una pausa. Continuó:

—¡Hijo mío! ¡Ya que el destino ha decidido otra cosa, deseo que vistas hoy este traje de boda para emprender el viaje del cual no se retorna! ¡La costumbre dice que el joven casado tiña sus manos con henna… Yo no tengo, ni tú la necesitas, ya que tus manos pronto estarán cubiertas por tu propia sangre!

Vestido con el traje de nupcias de su padre, Qasim era su vivo retrato. Besó a su madre, saludó a su tía Zaynab, después fue a besar respetuosamente las manos de su tío Husein. El Imam Husein quiso él mismo sostener las bridas del caballo mientras Qasim montaba. Lo saludó con estas palabras:

—¡Qasim no tardaré en reunirme contigo!

Qasim avanzaba hacia la bramante horda.

Cuando habló, se hizo el silencio. Su elocuencia era como la de su abuelo, el Imam ‘Ali. Las palabras provenientes de su voz juvenil hacían bajar al suelo las miradas de esos brutos sin alma. Los vestigios de algunas cualidades humanas afloraban entre los enemigos con el discurso del joven de apenas catorce años de edad.

‘Umar hijo de Saad percibió el peligro y, una vez más, se valió de los más bajos instintos de sus hombres para hacer callar la voz que despertaba algunas conciencias.

¡Qasim combatió, ya que había que combatir! ¡Se batió con tal ímpetu y tal habilidad que su tío Husein, que observaba el combate desde lejos, no pudo reprimir un grito de admiración! Ni un mercenario osaba enfrentársele ahora. Con gallardía los desafiaba uno por uno, todos rehusaban. Entonces ‘Umar hijo de Saad ordenó lanzarse al asalto contra el joven…

¡Todo un ejército, contra un niño que apenas tenía catorce años!

¡Centenares, miles de puñales, de espadas, de lanzas, de flechas venidas de todas direcciones, para alcanzar un niño!

Qasim cubierto de heridas de la cabeza a los pies, dio su último grito de adiós a su tío.

El Imam Husein saltó a la silla y cargó, espada en mano, hacia la llanura. Se abrió camino en medio de la horda de cobardes. Sólo el recuerdo de las cargas del Imam ‘Ali en la batalla de Siffin puede dar una idea de la violencia con la cual puso en fuga el ejercito del tirano. En su huida desesperada para salvar sus miserables vidas, los soldados de Yazid pisotearon el cuerpo sin vida de Qasim.

¡Cuándo el campo de batalla quedó vacío de cobardes y pudo al fin llegar hasta su sobrino, el Imam Husein descubrió que el cuerpo del joven había sido desgarrado!

¡Dios mío! ¿Qué es lo que estos cobardes le han hecho a mi Qasim?

Tuvo que pasar un largo rato para que el Imam Husein se recobrase. Se puso a reunir los trozos del cuerpo de Qasim en una tela. Cargó el paquete sobre su fatigada espalda y con paso pesado, volvió al campamento:

—¡Mi pobre Qasim! ¡Tu madre te ha mandado al combate vestido como un recién casado y yo le devuelvo tu cuerpo cortado en pedazos!

Aproximándose al campamento, exclamó:

—¡Dios mío! ¿Se ha visto alguna vez a un tío llevar el cuerpo de su sobrino en tal estado?

Cuando desmontó, el Imam Husein llamó a su hermano Abbas. Le dijo que fuese a buscar a las mujeres.

Encargó a Fizza, la devota sirvienta de Fátima su madre, la tarea de reconfortar tanto como pudiese a Um Farwa y a Zaynab ya que la visión de los restos mortales de Qasim era, sin duda, para matarlas. Fizza hizo todo cuanto pudo para prepararlas ante la cruel visión. Seguidamente desató el macabro paquete.

Los gritos de horror y los llantos de las mujeres resonaron durante mucho tiempo en la llanura de Karbalá.

 

14

El Imam Husein se quedó durante largo rato en silencio, la mirada impenetrable, el corazón helado.

Abbas se acercó:

—Mi Señor, es mi turno ahora de ir al combate igual que han hecho todos los demás antes que yo.

El Imam Husein no respondió si no al cabo de un rato, con voz dulce dijo:

—¡Sí, ciertamente a Dios pertenecemos y es a Él que debemos volver!

Desde su más tierna infancia, Abbas consagraba una devoción sin igual por su hermano Husein.

Un tórrido día de verano, en la Mezquita de Kufa, cuando él, Abbas, era un niño, vio que Husein tenía los labios secos. Dedujo que debería tener mucha sed. Salió corriendo de la Mezquita volviendo lo más rápido que pudo con un recipiente lleno de agua fresca para ofrecérsela a su hermano. En su carrera, se había salpicado la ropa que chorreaba de agua. Desde el púlpito, el Imam ‘Ali, su padre, lo había visto, tanta devoción le habían hecho saltar las lágrimas.

Tiempo después, cuando el Imam ‘Ali, mortalmente herido, había reunido a su alrededor a sus hijos, confió su custodia a su hijo mayor, Hasan. Todos menos uno, Abbas. Este, que tenía doce años, no comprendiendo por qué era excluido de esta medida de afecto, se deshizo en llanto. El Imam ‘Ali le dijo que se acercase. Cogió su mano y la puso en la de Husein, diciendo:

—Husein, te confío este hijo. Él me representará el día de tu martirio y dará su vida por tu defensa y la de los tuyos, mejor que lo haría yo mismo si estuviera con vida ese día.

Seguidamente el Imam ‘Ali se volvió hacia Abbas y le dijo con ternura:

—Abbas, hijo mío. Conozco tu amor sin límites por tu hermano Husein. Aunque seas muy joven para que se te hable de esto, el día que se produzca este evento no consideres cualquier sacrificio demasiado grande para Husein y sus hijos.

Sukaina se acercó a su tío Abbas con un odre vacío en la mano. Detrás de ella se habían reunido todos los niños. Lloraban, gemían, la sed los torturaba tanto…

Sukaina dio el odre a Abbas:

—¡Tío mío, yo sé que tú harás todo cuánto puedas para traernos agua! ¡Incluso si no puedes más que llenarlo con una gota de agua, al menos podremos mojarnos nuestras gargantas resecas!

Abbas cogió el odre vacío y solicitó al Imam Husein el permiso para ir a buscar agua para los niños. Estos le siguieron hasta el límite del campamento. Mientras, pudieron divisar su silueta, se quedaron allí, inmóviles.

Su espada en la mano, el estandarte del Imam Husein en la otra y el odre atado a la espalda, el fiel Abbas tiró de las riendas abatido.

Cuando llegó al borde del río, cargó contra los soldados que estaban allí y los hizo huir.

Poco después se encontraba en agua hasta las rodillas, momentos después el odre estaba lleno de agua fresca. Cogió con la mano un poco del precioso líquido para llevarlo a su boca y apagar la sed que no le daba tregua; pero reponiéndose, tiró el agua rápidamente. ¿Cómo podría coger una sola gota de agua mientras que Sukaina y los niños se morían de sed?

¿Cómo podría aliviar su propio tormento olvidando que su Señor Husein no había bebido nada en tres días?

Con el odre lleno, Abbas montó sin haber él mismo apagado su sed, sin haber tocado ni la menor gota de agua fresca el umbral de sus labios, más secos que la arena del desierto.

Un sólo pensamiento lo invadía: llevar lo antes posible el agua a los niños que lo esperaban en el polvo ardiente.

 

15

Viendo galopar a Abbas hacia el campamento, los soldados de Yazid se decían que si el Imam Husein y su gente pudiesen beber y pudiesen apagar su sed aunque fuese un poco, sería muy difícil vencerles.

Entonces se abalanzaron a su caza. Abbas se batió como lo hubiese hecho su noble padre, el Imam ‘Ali, el León de Dios. La terrible hambre y sed no le impedían sembrar el pánico en las filas enemigas.

Cuando ya no era posible que ningún enemigo se atreviese a combatirlo de frente, los hombres de Yazid lanzaron sobre él una lluvia de flechas. Abbas no tenía más preocupación que proteger, costase lo que costase, el odre y llevarlo intacto al campamento.

Un pérfido enemigo, surgiendo como un diablo tras una duna de arena, le dio un golpe de espada terrible, cortando de un tajo su mano derecha. Como un relámpago Abbas cogió su espada con la mano izquierda asiendo el odre contra su pecho.

El león estaba herido, los cobardes se envalentonaban. Se acercaron más, aún más. Un golpe de espada hirió profundamente el brazo izquierdo. Abbas agarró el odre con los dientes, sujetó el estandarte entre su pecho y la montura y atravesó la barrera. No tenía otro pensamiento más que el de Sukaina y los niños que habían puesto en él todas sus esperanzas. En una plegaria silenciosa, suplicó a Dios que le diese el tiempo suficiente para llevar a cabo su misión.

Pero esto no debía ser así. Una flecha atravesó el odre que se vació en pocos instantes. Otra flecha alcanzó el ojo del héroe desamparado por la derrota de su empresa.

Un golpe mortal alcanzó a Abbas por la espalda con una porra de hierro. Se tambaleó y cayó sobre la arena ardiente.

Sintiendo la muerte aproximarse a grandes pasos, Abbas llamó al Imam Husein.

Como respuesta a su grito de angustia, sintió su presencia a su lado. No veía nada más que una mancha roja ya que un ojo había sido alcanzado por una flecha y el otro estaba bañado en sangre. No podía ver, pero sentía a su señor arrodillarse a su lado, levantar su cabeza y ponerla en sus rodillas.

Ninguno habló durante varios segundos, los dos estaban rotos por la emoción.

Finalmente, El Imam Husein rompió el silencio, hablaba con una voz interrumpida por el llanto:

—Abbas, hermano, como te han tratado…

—¡Has venido, mi Señor! ¡Temía no poder despedirme, pero gracias a Dios has venido!

Abbas dejó caer su cabeza sobre la arena. Dulcemente el Imam Husein la tomó de nuevo en sus manos y la puso sobre sus rodillas preguntándole por qué la había quitado.

—¡Mi Señor! Cuando tú fallezcas, nadie estará a tu lado para poner tu cabeza sobre sus rodillas, ni para reconfortarte. Por eso es mejor que mi cabeza repose sobre la arena cuando entregue mi alma, igual que ocurrirá contigo…

Y además, yo soy tu sirviente y tú eres mi señor, no es adecuado que ponga mi cabeza sobre tus rodillas.

El Imam Husein miraba el rostro de este hermano tan leal y no podía contener el llanto.

—Mi Señor, quisiera formular mi última voluntad. Cuando llegué al mundo, tu rostro fue la primera cosa que vi y quisiera contemplarlo a la hora de mi muerte

Mi segundo deseo es que tú no lleves mi cuerpo al campamento. Había prometido a Sukaina llevarle su odre lleno de agua y no he podido cumplir mi promesa. No oso pues, presentarme ante ella, incluso después de mi muerte.

Y además, desde esta mañana has sufrido tantas pruebas ¡Oh mi señor! no quiero que consumas tus fuerzas transportando mi cuerpo.

Finalmente, no quiero que dejes a Sukaina venir hasta aquí. Sé el afecto que me tiene. Verme en este estado la podría matar.

—Abbas, te prometo respetar tus últimos deseos, pero yo también quiero pedirte un favor: desde tu infancia tú me llamas “Señor”. ¡Al menos una vez llámame hermano!

El Imam Husein limpió la sangre que cegaba el ojo sano. Los dos hermanos se intercambiaron una larga despedida.

Abbas murmuró:

—¡Mi hermano! ¡Mi hermano!

Y con estas palabras, expiró.

El Imam Husein se hundió:

—¡Oh Abbas! ¡Quién nos defenderá ahora a Sukaina y a mí!

 

16

La madre examinaba el rostro de su hijo. Su piel había cogido el color ceniza. Su delgadez era tal que se le marcaban todos los huesos. Los ojos febriles, agonizantes, hundidos en sus órbitas, parecían buscar algo. Entreabrió sus secos y duros labios sobre los cuales pasó una lengua que parecía un hueso seco.

La madre lo miraba impotente. Esperaba que la muerte viniese a liberar a su hijo de esta agonía interminable.

Pero ¿qué madre puede ver a su hijo morir de hambre y sed? ¿No podía hacer nada para darle un poco de agua que corría a caudales a algunos metros de allí? Después de tres días, todo el campamento se moría de sed. El primer día la madre pudo amamantar a su hijo, más tarde la leche se extinguió.

Un furtivo pensamiento atravesaba su espíritu. Tomar al niño en sus brazos y correr, correr hasta el río y zambullir al pequeño moribundo. Pero no era sino una locura que rechazó de inmediato. ¿Qué pensaría su esposo, el Imam Husein, de tal iniciativa? ¿No tenía ya su carga de tormentos, perdiendo uno tras otro a sus amigos, sus parientes, desde la mañana. Trayendo él mismo en sus brazos hasta el campamento, sus restos mortales vacíos de sangre?

Cada instante que pasaba agravaba el estado del pequeño. Cada instante transcurrido avivaba la angustia de la madre. No sabía qué hacer. Se levantaba. Tomaba al niño en sus brazos, daba vueltas en la tienda recalentada.

Un ligero ruido tras ella la estremeció. Era el Imam Husein que entraba.

No pudiendo reprimir por más tiempo su angustia, le suplicó:

—¡Mi Señor! ¡Mi inocente hijo se está muriendo! ¡Por amor de Dios, haz algo por él!

El Imam Husein la miró, miró al niño. Se dio cuenta hasta qué punto las quejas de la madre estaban fundadas. Reflexionó un instante y le dijo:

—¡Um Rabbah dame a Abdullah! ¡Voy a pedir al ejército de Yazid que le den de beber!

Llevada por la euforia de que su bebé pudiera por fin saciar su sed, Um Rabbah se lo dio a su padre.

—¡Hazlo rápido! ¡El tiempo apremia… Qué Dios te ayude! Cuando estés fuera, no dejes a Abdullah expuesto al sol, cúbrele con tu ropa; en el estado en que está, se secaría como una flor expuesta al calor del horno.

Um Rabbah siguió al Imam Husein hasta la entrada de la tienda y se quedó allí de pie mirándole alejarse hacia las tropas de Yazid.

Los soldados vieron al Imam Husein venir a su encuentro. ¡Cómo había cambiado en un día! ¡Era casi irreconocible! Su espalda estaba curva, su cabello y su barba se habían vuelto prácticamente blancos, tantos tormentos y penas había soportado desde la mañana. Vieron que llevaba algo bajo su ropa, la mayoría pensaba que sería el Sagrado Corán y que, sin duda, quería someterse al arbitraje del Libro para decidir entre él y Yazid.

El Imam Husein se aproximó más hasta que estuvo seguro de que todos distinguieran lo que él quería mostrarles.

Entonces mostró a Abdullah y lo alzó. Dijo con fuerte voz:

—¡Oh soldados de Kufa y de Damasco! He venido aquí por invitación de los vuestros para enseñaros los Principios del Islam. En lugar de tratarnos, a mí y a los míos, como vuestros invitados, nos habéis traicionado. Nos impedís incluso hasta una gota de agua desde hace tres días. Habéis matado a mis más fieles amigos, a mis sobrinos, a mis hermanos, a mis hijos… ¡Si, a vuestro parecer, hemos cometido un crimen imperdonable rechazando inclinarnos ante el tirano Yazid, mi hijo que está aquí, siendo aún un bebé, no ha cometido ninguna falta! Desde hace tres días no ha recibido ningún alimento. Se está muriendo de sed… El Islam es la religión que vosotros afirmáis seguir y es en el nombre del Islam que os conjuro a dar de beber a este niño inocente. Estoy seguro que muchos de entre vosotros tenéis hijos de esta edad. ¡Os suplico, por el amor a vuestros hijos, que no dejéis a éste morir de sed!

Las palabras del Imam Husein y la visión de Abdullah muriendo de sed contrariaban a estos hombres que no habían dudado al aniquilar niños de doce y catorce años. Algunos no podían contener las lágrimas. Otros comenzaban a susurrar que deberían solicitar a ‘Umar hijo de Saad, el comandante del ejército, el permiso para apagar la sed del niño.

El Imam Husein retomó la palabra:

—¡Ejército de Yazid! Quizá alguno de vosotros tema que mi petición no sea sino una excusa para obtener agua para mí mismo para apagar mi propia sed. ¡Os juro que soy incapaz de esta clase de artimaña! Para demostrar mi buena fe, estoy dispuesto a confiaros a mi hijo para que vosotros mismos le deis de beber. Cuando vosotros mismos hayáis saciado su sed me lo devolveréis. Voy a poner a Abdullah en el suelo. Así pues, no importa quién de vosotros venga a cogerlo.

Diciendo esto, el Imam Husein colocó un trozo de tela en el suelo y depositó a Abdullah.

El gesto del Imam Husein hizo resurgir sentimientos humanos en el corazón de los soldados de Yazid. Muchos se acercaron a ‘Umar hijo de Saad diciéndole que no podían negar un poco de agua a un niño que apenas tenía unos meses.

 

17

‘Umar comprendió que si rehusaba, algunos de sus hombres se rebelarían contra él. Se volvió hacia su arquero Hamala, un tirador de elite.

—¡Hamala, he aquí tu ocasión para ganar el reconocimiento del Califa Yazid! Pon fin a esta situación que ya no puede prolongarse más. Muéstranos tu destreza acertando en la garganta del niño.

Hamala imaginó qué clases de favores recibiría del príncipe cuando supiese de qué manera había salvado a ‘Umar, hijo de Saad de una situación tan embarazosa. Sin perder un segundo se levantó, cogió su arco y las flechas y se situó en el mejor lugar para avistar el blanco.

En ese mismo instante y en el lugar donde él apuntaba su flecha, el Imam Husein se agachó y tomó a Abdullah en sus brazos. La flecha erró en su objetivo.

Hamala sacó una segunda flecha de su funda y apuntó cuidadosamente.

A lo lejos, divisó a una mujer, de pie, a la entrada de una tienda… Sin duda la madre del niño esperaba, angustiada… Esto le perturbó y la segunda flecha se perdió también en la arena.

‘Umar hijo de Saad, que había visto errar dos veces a su mejor arquero, se impacientaba. La situación corría el riesgo de tornarse crítica para él. Algunos soldados, indignados por lo que se estaba llevando a cabo, comenzaron a murmurar. Había que poner fin rápidamente. Hizo a Hamala promesas delirantes.

P ero no hacía falta, ya que el arquero se sentía humillado al haber fallado en dos ocasiones. Apuntó con cuidado su tiro, contuvo la respiración y, seguro de sí mismo, lanzó su tercera flecha.

Un baño de sangre inundó la cara del Imam Husein. La flecha alcanzó la frágil garganta del bebé con tal virulencia que se la llevó tras de sí. En los últimos momentos en que la vida se le iba, Abdullah agitaba los brazos y las piernas convulsivamente, igual que un ave que acaba de ser sacrificada.

—¡Hijo mío! ¡A qué nivel de degradación ha llegado esta gente para que ni siquiera exceptúen a un niño inocente como tú!

Conmocionado el Imam Husein levantó en silencio el cuerpo de Abdullah hacia el cielo hasta que la última gota de sangre se hubo perdido en la arena.

—¡Dios mío Tú eres testigo de lo que han hecho!

Después apretó el cuerpo inerte, sin vida, contra su corazón. Lo cubrió con su ropa y volvió lentamente hacia el campamento.

El Imam Husein se detuvo ante la madre devorada por la angustia.

Esta vio la cara conmocionada del desolado padre, sus mejillas cubiertas de lágrimas, salpicadas de sangre. Sabía lo que iba a decirle.

—Um Rabbah, como tu esposo y tu señor, te pido que me prometas hacer lo que te voy a decir.

—Mi señor, haré exactamente lo que tú me ordenes. Pero dime lo que le han hecho a mi niño. Todos los hombres de la familia han muerto luchando valientemente, ¡pero mi hijo era muy pequeño para eso! ¿Le han dado al menos de beber antes de matarlo? Incluso a los animales se les da de beber antes de sacrificarlos…

—Um Rabbah, te pido que no invoques la cólera de Allah sobre los que han matado a tu hijo. Desgraciadamente, no le han ofrecido ni la menor gota de agua. ¡A la petición que les hice, han respondido tirándole una flecha!

El Imam Husein sacó el pequeño cuerpo de entre su ropa, y se lo entregó a su mujer. Um Rabbah lo apretó contra sí y se hundió gritando de dolor. ¡Qué madre podría ver a su hijo, a su bebé, en un estado así y permanecer calmada e impasible!

Zaynab y otras mujeres vinieron para consolar a la desgraciada madre. Después de un largo tiempo, ésta se acercó al Imam Husein.

—Mi Señor te pido que entierres con tus propias manos a mi pobre Abdullah. Pues sé que cuando ya no estés aquí, estos monstruos no dudaran en profanar los restos de nuestros mártires.

Entonces el Imam Husein, sin nadie para ayudarle, para confortarle, para consolarle, cavó con sus propias manos una pequeña tumba en la tierra y depositó el pequeño cuerpo sin vida. Cuando cerró la tumba y recitó el Fatiha, levantó su rostro hacia el cielo:

—¡Dios mío! ¡Tú eres testigo de que no he faltado a mi deber y que te he ofrecido en sacrificio todos los que yo amaba, incluso mi bebé, incluso a Abdullah!

 

18

El Imam Husein estaba solo. Solo, sin nadie para ayudarle, sin nadie para defenderle.

Ante él, un poderoso ejército de casi cinco mil hombres sedientos de sangre.

Estaba sentado en la tierra, cerca de la tumba de Abdullah. Escuchaba el sonido de los tambores de guerra y los fuertes gritos de los hombres de Yazid:

—¿No hay nadie que venga a combatirnos?

El Imam Husein se preguntaba si esperaban verdaderamente si quedaba alguien para combatirlos, o si acrecentaban sus clamores para burlarse de él. ¿Acaso no sabían que los valientes amigos, sus fieles Shias, todos habían ya derramado su sangre para defenderle? ¿Ignoraban acaso que habían masacrado a todos sus próximos, sus hermanos, sus primos, sus nietos, sus hijos?

Ahora, ya no quedaba nadie más en el campamento junto al Imam Husein, que las mujeres y los niños. Y también Zayn ul-Abidin, postrado en cama desde hacia varios días a causa de una terrible fiebre, demasiado débil hasta para levantar la cabeza…

La tarde caía sobre la llanura de Karbalá. Las sombras se alargaban en el suelo. Los gritos de las hordas Omeyas se volvieron más vociferantes, las llamadas al combate se hacían más fuertes.

Unos soldados más impacientes que otros se acercaron:

—¡Eh Husein! ¿Dónde están tus soldados que estaban tan prestos a morir por ti? ¿Dónde están tus parientes, tus hermanos, tus primos, que habían jurado protegerte y enfrentarse a cualquiera que levantase la voz contra ti?

El Imam Husein se levantó. Fue hacia el centro del campamento, y llamó a las mujeres de la Familia del Profeta:

—¡Zaynab y Kulzum, hermanas mías! Um Layla, Um Rabbah, y vosotras hijas mías, Rukayya, Sukaina! ¡Y tu también Fizza, mi nodriza! Venid todas.

¡La Hora de decirnos adiós ha llegado!

Todas acudieron a su llamada. Todas se presentaron ante él.

 

19

Zaynab tomó la palabra:

—Hermano mío, ¿Es cierto que vas a partir hacia tu último viaje? ¿Que no te veremos más vivo? ¿Te vas a ir dejándonos solas a la merced de esos brutos salvajes?

—¡Sí Zaynab! El momento ha llegado, en vista del cual nuestra madre te preparó desde tu más tierna infancia. ¡Estoy tan triste por dejaros…, pues sé que vuestros sufrimientos no van hoy a finalizar, sino tan sólo a comenzar!

—¡Queridísimo hermano! ¡Cuándo estés en el Paraíso, enseguida, te suplico que hables con nuestro abuelo a nuestro favor! ¡Pídele que interceda para que vengamos rápidamente contigo y para que no tengamos que soportar los excesos y las ignominias que nos esperan en este mundo!

-Zaynab, si tú te fueses de este mundo tan rápidamente, ¿Quién desempeñaría la misión que tú tienes que realizar? ¿Quién llevaría a cabo la tarea que yo dejo incompleta? Zaynab te confío mis huérfanos y mis viudas, y aquéllos y aquéllas de mis valientes compañeros. Te incumbe a ti ahora, Zaynab, guiarlos, velar por ellos, cuidar de ellos y consolarlos. ¡Moriré en paz si me prometes, Zaynab, ser para ellos todo lo que eran aquéllos que perdieron hoy!

El Imam Husein miró durante un largo tiempo a su hermana Zaynab, y siguió:

—Zaynab, te encomiendo particularmente velar por mi hijo ‘Ali Zayn ul-Abidin, a quien la enfermedad ha llevado a dos pasos de la muerte. Él es mi Sucesor. Tienes, cueste lo que cueste, que protegerle. Te encomiendo también a Sukaina, mi hija pequeña, que no se ha separado nunca de mí, ni un sólo día. Consuélala de la mejor manera que puedas. Me acuerdo de la manera que pidió a su tío Abbas que le trajese agua, pero después de su muerte no ha dicho ni una palabra. Cuando recibáis agua, después de mi muerte, dadle de beber a ella la primera.

Cada palabra que pronunciaba el Imam Husein penetraba en el quebrantado corazón de su hermana. Zaynab era incapaz de responderle. Lo único que podía hacer era asentir con la cabeza para mostrar que había comprendido y que cumpliría con su deber.

—¡Zaynab, los hombres de Yazid, os van a tomar como prisioneras! Quizá arranquen los velos de las mujeres. Quizá os exhiban por las calles de Kufa y de Damasco. Quizá os llenen de cadenas. ¡Quizá incluso hasta os golpeen y os torturen, a vosotros mujeres y niños de la Casa del Profeta!

Es un largo período de duras pruebas el que comienza para todos vosotros hoy, Zaynab.

Te pido que no pierdas nunca la paciencia, que no pierdas jamás la esperanza. Zaynab, serás tú, y sólo tú, quien devolverá el valor a los niños y a las mujeres y pediráss sin cesar que rueguen a Dios que les ayude para soportarlo todo.

¡No olvides nunca, Zaynab, que nosotros, la Gente de la Casa del Profeta, debemos mantenernos siempre firmes a la hora de las pruebas, sin incluso maldecir jamás a nuestros verdugos!

Cuando el Imam Husein hubo terminado de hablar, Zaynab lo miró a través de las lágrimas y dijo, con voz suave:

—Husein, hermano mío, te prometo hacer exactamente todo lo que tú me has ordenado. ¡Hermano mío, reza por mí, para qué Dios me dé la fuerza y la paciencia que necesite! ¡Con la ayuda de Dios Todopoderoso, asumiré todas las responsabilidades que me incumben desde ahora y mostraré a todos que soy Zaynab, la hermana de Husein, la hija de ‘Ali y Fátima, la nieta del Enviado de Dios!

El Imam Husein abrazó durante largo tiempo a su hermana, después se dirigió hacia la fiel Fizza, su nodriza, que lo amaba como a su propio hijo. Había prometido a Fátima, la madre del Imam Husein, cuidarlo y no separarse nunca de él. A pesar de su edad, para poder mantener su promesa, no dudó en emprender este largo y peligroso viaje, en contra de todos los esfuerzos por parte del Imam para disuadirla.

El Imam Husein entró en la tienda donde yacía, siempre inconsciente, su hijo ‘Ali Zayn ul-Abidin. Le tocó la espalda diciéndole:

—Hijo mío, vengo a despedirme. Levántate y abrázame por última vez.

‘Ali Zayn ul-Abidin se despertó del sopor de la fiebre. Abrió los ojos y vio a su padre irreconocible, ya que en su rostro se acusaban las pruebas de la jornada. Con un esfuerzo sobrehumano consiguió sentarse en la cama.

-—Dios mío! ¿Qué es lo que le han hecho los enemigos a mi padre para que esté tan afectado? Padre, ¿Dónde está mi tío Abbas, dónde está mi hermano Akbar? ¿Dónde están mis primos Qasim, ‘Aoun y Muhammad? ¿Cómo es posible que tú estés en este estado si uno solo de ellos está aun vivo para protegerte?

—Hijo mío, todos han gozado del martirio defendiéndome, así como a la causa del Islam. No queda ningún otro hombre en el campamento, a parte de ti y de mí. Ahora es mi turno de ir a combatir y morir con las armas en la mano. He venido a despedirme.

Al escuchar estas palabras, ‘Ali Zayn ul-Abidin se puso en pie y dijo tambaleándose:

—¡Padre! ¡Mientras que yo esté con vida no podrán matarte! ¡Te pido tu autorización para ir al combate como han hecho todos los demás antes que yo!

Pero estaba ardiendo de fiebre. No pudo seguir de pie, sus piernas no lo sostenían…

—Hijo mío— respondió el Imam Husein —como tu padre y tu Imam, te ordeno que te quedes en esta cama!

Tu deber es el de acompañar a tus tías, a tu madre y a tus hermanas y las otras mujeres en cautividad.

Tu deber es el de andar por las calles de Kufa y de Damasco con las manos y los pies llenos de cadenas.

Tu deber es el de soportar los insultos de la corte de Yazid. El soportar todo ello con firmeza de alma y paciencia.

Tu deber es el de demostrar a todo el mundo, tanto a Yazid como a los demás musulmanes, a los vivos y a las generaciones futuras, que nosotros, Gente de la Casa del Profeta, podemos soportar todas las pruebas y todas las penas con una fe indefectible en Dios y en nuestra causa.

Tu deber, hijo mío, es testificar a todo el mundo, en todo lugar y a todas las épocas, que el verdadero combate, el verdadero jihad, es el de demostrar fe cuando llega la hora de las pruebas, cuando llega la hora de las peores dificultades, de las situaciones más angustiosas.

Lo que tú vas a sufrir, hijo mío, es mil veces peor que la muerte, pues la muerte trae el alivio. ¡Pero tu, hijo mío, deberás vivir años y años, con el recuerdo del más cruel de los sufrimientos!

El Imam Husein lo estrechó contra su corazón. Padre e hijo se separaban para siempre.

‘Ali Zayn ul-Abidin, abatido por la pena, así como por su enfermedad, quedó inconsciente.

La Misericordia de Dios le absolvió de asistir a la partida de su padre.

 

20

Hecha la despedida, el Imam Husein montó a su caballo Zuljanah.

Zaynab, sobreponiéndose a su propia pena, se ocupaba de reconfortar a todo el mundo.

El Imam Husein se calzó las espuelas pero Zuljanah se mantenía inmóvil. ¿Qué ocurriría pues?

El Imam Husein, mirando a su alrededor, descubrió a su hija pequeña, Sukaina, que tenía agarradas las patas delanteras del caballo murmurando:

—Zuljanah, te suplico, no lleves a mi padre hacia el campo de batalla, de donde nadie ha regresado hoy.

¡Zuljanah, ‘Ali Akbar fue a batirse! ¡Ahora está muerto!

¡Zuljanah mi tío Abbas fue en busca de agua pero nunca volvió!

Zuljanah, he oído hablar a mi padre: quiere irse para siempre y no volverá nunca…

¡Zuljanah, no lleves a mi padre, si tú no quieres verme huérfana, sin nadie para quererme ni ocuparse de mí!

El Imam Husein saltó a tierra y cogió a Sukaina en sus brazos.

—Sukaina, querida mía ¿Por qué no te has quedado en la tienda? Tu madre necesita que la consueles, después de la muerte de Abdullah.

Sukaina miró a su padre a los ojos.

—Papá, dime: ¿Acaso no te vas, para no volver nunca más? ¿No estás a punto de dejar a tu Sukaina para siempre? Papá, ¿Cómo tu Sukaina podrá sobrevivir sin ti?

Cuando trajiste el cuerpo sin vida de mi hermano Akbar, creí que iba a morirme de dolor. Pero tú estabas allí, mi papaito. Tú estabas allí y me consolaste.

Cuando me dijiste que mi tío Abbas había marchado hacia el Paraíso y que no le vería más, creí volverme loca de tristeza, pero tú estabas aún allí para reconfortarme.

Dime, papá: cuándo te hayas ido ¿Quién habrá para hablarme, para tranquilizarme? ¿Quién compartirá mis penas, quién me dirá algunas palabras de consuelo? ¡No dejaré que te vayas, papá! ¡Tú no te irás!

Haciendo acopio de todo su valor, el Imam Husein respondió a su hija:

—¡Sukaina, querida mía! ¿Cómo podría explicarte que debo partir para combatir y ser muerto?

—¿De qué manera podría hacerte comprender que debo morir por la Causa de la Justicia y de la Verdad y que para esta Causa, debo sacrificar lo que más amo en el mundo?

—Todo lo que puedo decirte, es que la vida en este mundo no dura demasiado tiempo. Querida mía, no hago sino irme un poco antes que tú, pero vendrás conmigo muy pronto al Paraíso.

—¡Ahora Sukaina, tienes que dejarme partir! ¡No me retengas sino dame tu más bonita sonrisa para decirme adiós!

—Papá, dices que me reuniré contigo en el Paraíso. ¡Prométeme, papa que será pronto, muy pronto!

—Prométeme pedir a Dios que no estemos mucho tiempo separados…

—Y promete también, mi papaito, que ya que no te veré más, vendrás a mis sueños todas las noches.

—¡Prométemelo, Papá! ¡Por favor prométemelo!

— Te lo prometo, querida mía. Te lo prometo.

Sukaina se dejó deslizar de los brazos de su padre. Ella lo abrazó y se quedó de pie al lado del caballo. El Imam Husein montó a Zuljanah. Miró por última vez a su hijita con una última sonrisa bañada en lágrimas.

—¡Zuljanah! Es la última vez que te monto. ¡Llévame allá donde me espera el destino! ¡Llévame al término de mi viaje!

Zuljanah, se lanzó hacia el campo de batalla, allá donde resonaban los tambores de guerra y los clamores reclamaban aún sangre.

Sukaina, inmóvil, agitaba su pequeña mano para decir adiós a su padre.

 

21

—¡Soldados de Yazid! He venido para preguntaros si me conocéis.

El Imam Husein que se había vestido con la túnica y el turbante de su abuelo, el Mensajero de Dios, hacía frente, solo, a los cinco mil hombres del ejército Omeya.

—¡Soldados de Yazid! ¡Para aquéllos de entre vosotros que no me conocen, soy Husein, el nieto del Profeta Muhammad que reconocéis como el Profeta del Islam!

—Soy el hijo de Fátima, la hija del Profeta, y de ‘Ali, el primo del Profeta.

—Soy el último de las cinco personas a propósito de las cuales el Profeta ha hablado muchas y muchas veces.

—Son numerosos los que de entre vosotros han visto y han oído al Profeta.

—A estos, les pregunto si no se acuerdan de haber visto al Profeta llevarme a sus espaldas, igual que a mi hermano Hasan, cuando éramos niños.

—¿No han escuchado al Profeta decir que yo era el más querido de sus hijos?

—¿No han visto nunca los ojos del Profeta llenos de lágrimas cuando yo tenía la menor pena o dolor?

—¡El Profeta no está, pero yo estoy aquí ante vosotros!

—Habéis herido mi corazón, aniquilando sin piedad a mis hijos, mis hermanos, mis sobrinos, mis fieles compañeros.

¡—No absolvisteis a mi hijo Abdullah, pobre bebé inocente, que no os había hecho ningún mal!

—Cada uno ha sido muerto sufriendo hambre y sed y desde hace más de tres días habéis rehusado a toda mi Familia la menor porción de comida, la menor gota de agua a pesar del calor asfixiante que reina en esta llanura.

—En el Nombre de Dios, os pregunto ¿Qué es lo que os he hecho para merecer un trato así?

‘Umar hijo de Saad respondió al Imam Husein:

—¡Husein, nos cansas con tus discursos! Te hemos dado la posibilidad de reconocer al Califa Yazid como tu Señor espiritual y Cabeza política y someterte a sus leyes y a su voluntad en todos los asuntos. ¡Reconócelo como Caudillo de los Creyentes y Sucesor del Profeta! ¡Salvarás tu vida y evitarás sufrimientos y humillaciones a tu familia! ¡No tienes otra elección!

—¡’Umar hijo de Saad! Tu padre era un Compañero del Profeta. Tú mismo has sido testigo de lo que he dicho, ya que frecuentemente acompañabas a tu padre cuando visitaba a mi abuelo.

—¿Crees que voy a reconocer a un libertino como mi señor espiritual y como el Sucesor del Profeta?

—¿Crees que voy a aceptar los cambios y las desviaciones que quiere introducir en la Religión sin decir nada?

—¿Piensas que me someteré a una tal abyección para salvar mi vida y evitar sufrimientos y humillaciones a las mujeres y a los niños de la Casa del Profeta?

—¡Si el abandono de los Principios del Islam y de las Enseñanzas del Corán es el precio que tú pides por mi vida y el honor de mi familia, que sepas que rechazo tu oferta despreciable!

—¡Esto es suficiente Husein! Rechazas la sola y única cosa que te pedimos: reconocer la autoridad religiosa del Califa Yazid y el derecho para decidir lo que quiera en todas las cuestiones religiosas. No discutes con nosotros más que para ganar tiempo. Sabemos bien que no tienes ninguna posibilidad contra nuestro ejército. En el estado en que estás, incluso el más débil de mis soldados te vencería sin esfuerzo…

El insulto proferido por ‘Umar hizo hervir la sangre del Imam Husein. Él, el hijo del León de Dios, puso la mano en su funda, sacó su espada y rugió, con una potente voz:

—¡’Umar hijo de Saad! ¡Propongo el combate a duelo no solamente al más fuerte y al más valiente de tus hombres, sino a todos aquéllos que tú quieras enviarme para combatirme, uno tras otro!

 

22

Como una serpiente helada y repugnante, el miedo se insinuó en las venas, se introdujo en el corazón de cinco mil hombres en masa frente al Imam Husein.

¡Todos recordaban a ‘Ali, el padre de Husein, quien había provocado y derrotado de este modo a tantos y tantos adversarios tan fuertes como ellos!

Nadie tuvo el coraje de responder al desafío lanzado por este hombre mayor, de casi sesenta años de edad, cubierto de heridas, agotado, hambriento, medio muerto de sed.

‘Umar hijo de Saad ordenó a sus arqueros que lanzasen una oleada de flechas hacia el Imam Husein, a su caballería y a su infantería maniobrar para cercarlo.

El Imam Husein dirigió su caballo contra aquellos que se preparaban para atacarle. Su espada sesgaba a todos aquellos que estaban a su alcance. Como una flecha, atravesó el ala izquierda del ejército Omeya, describió un círculo para así ir hacia el ala derecha y ponerla en desbandada, logró sembrar la confusión en pleno corazón de la horda aterrorizada.

Todos los cobardes no pensaban más que en salvar su vida despreciable, huyendo en todas direcciones.

El campo de batalla había quedado limpio de cobardes. El sol acababa de ponerse. El Imam Husein pensaba que tenía tiempo para realizar la Oración de Magreb. Enfundó el arma y bajó del caballo.

‘Umar que observaba desde lejos pensó que era el momento de atacarle. Pero nadie quería arriesgarse a acercarse al Santo Imam, ‘Umar ordenó entonces atacarlo con una lluvia de flechas, piedras y trozos de betún llameante.

El Imam Husein que estaba ya cubierto de heridas de la cabeza a los pies, recibió entonces varios golpes mortales, uno tras otro. Perdía sangre en abundancia. Decidió rezar de inmediato. No pudiendo ir hasta el río para poder hacer las abluciones, utilizó la ardiente arena y entró en Oración.

‘Umar hijo de Saad llamó a sus soldados para que cortasen la cabeza del Imam Husein mientras realizaba la oración. Pero nadie osaba aproximarse al moribundo.

Promesas desorbitadas, decidieron finalmente a Shamir el Maldito, acompañar a ‘Umar y saltar sobre la espada del Imam Husein mientras estaba orando.

Shamir levantó su espada evaluando el golpe.

El Imam Husein estaba muy débil para levantar incluso la cabeza. La giró hacia un lado. Vio a Shamir. Con voz afable, casi inaudible, dijo:

—¡Shamir, tengo sed! ¡Antes de llevar a cabo lo que vas ha hacer, dame de beber un poco!

¡Por toda respuesta Shamir golpeó con todas sus fuerzas!.

Zaynab, que estaba envuelta de la cabeza a los pies con un gran velo, había subido a una colina cercana al campamento.

Había presenciado, llena de entusiasmo, las hazañas de su hermano, la desbandada de todo un ejército causada por un sólo hombre. El Imam Husein, su hermano, era el digno hijo del Imam ‘Ali.

Pero el viento se había levantado, transportaba una fina capa de polvo roja. Ahora Zaynab no distinguía muy bien lo que estaba sucediendo. Abría mucho más los ojos intentando así ver lo que estaba sucediendo.

En la conflagración del cielo

Donde el sol acababa de retirarse

Ella vio de pronto segada

Como una sombra china

La cabeza del Imam Husein

Que Shamir llevaba como un trofeo

Al extremo de una lanza

Los tambores de guerra resonaban

En la llanura de Karbalá

El ejército Omeya anunciaba su victoria…

 

 

PARTE II

“Los Cautivos”

La claridad de la luna no lograba atravesar la gruesa capa de polvo que había invadido el cielo La noche era cerrada sobre la llanura de Karbalá, donde las tiendas del campamento del Imam Husein terminaban de arder.

Poco después del Martirio del Imam, la desalmada horda se lanzó al asalto. Todo fue saqueado, devastado. La Familia del Profeta no acumulaba ni joyas ni objetos de valor, y los ladrones veían frustradas sus ansias de botín. Habían arrancado, tanto a las viudas como a los huérfanos, todo aquello que habían podido sacarles y se vengaron de su decepción pegándoles y azotándoles…

Antes de abandonar el campamento que habían saqueado, los agentes de Yazid habían incendiado las tiendas.

Zaynab, a quien el Imam Husein había confiado los supervivientes de la matanza, se dirigió hacia el Imam Zayn ul-Abidin, quien yacía inconsciente. Lo sacudió, despertó y le preguntó:

—¡Oh hijo de mi hermano! ¡Oh nuestro Imam! Los monstruos han incendiado el campamento. ¿Debemos quedarnos en las tiendas, y acortar así nuestros sufrimientos, evitar los ultrajes, las humillaciones? ¿O debemos salir mientras estamos a tiempo?

Haciendo acopio de sus debilitadas fuerzas, ‘Ali Zayn ul-Abidin le respondió:

—Tía mía, nuestro deber religioso nos ordena hacer todo aquello que sea posible para mantenernos con vida, por muy doloroso y poco deseable que pueda ser aquello que nos espera!

Ahora, lo que quedaba de la Familia del Profeta estaba reagrupado bajo los restos de una de las tiendas medio quemada por el incendio.

Zaynab había reunido a todos los niños, cerca de cuarenta, las mujeres los contaban, los identificaban uno por uno para asegurarse de que no faltaba ninguno.

Cual no fue la consternación de Zaynab, de Um Rabbah, y de todos los supervivientes al ver que Sukaina no estaba allí.

Dejando el campamento al cuidado de los demás, Zaynab y Um Kulzum iniciaron la búsqueda.

Durante largo tiempo estuvieron errando en medio de la oscura noche, vagando por el desierto. Gritaban:

—¡Sukaina! ¿Dónde estás? Sukaina ¡Contesta!

Pero solo el ruido del viento respondía a sus llamadas.

Desesperada por la situación, Zaynab se dirigió hacia el lugar donde reposaba el cuerpo del Imam Husein. Antes de llegar, gritaba, entre llantos:

—¡Husein, hermano mío! ¡No consigo encontrar a Sukaina!

—¡Husein, hermano mío! ¡He perdido a tu querida hija, que tu me habías confiado!

—¡Husein, hermano mío! ¡Dime dónde está!

Mientras Zaynab llegaba hasta el cuerpo sin vida del Imam, la luna apareció en el cielo. A través de una ranura de entre las nubes de polvo, iluminó el campo de batalla adormecido.

Zaynab vio entonces a su sobrina. Sukaina dormía, aferrada contra su padre, con la cara sobre su pecho.

—¡Sukaina! ¡Sukaina! ¡Despierta querida! ¡Sukaina! ¡Sukaina! ¿Qué haces aquí?

Sukaina levantó el rostro, aún somnoliento, hacia su tía. Bajo la lúgubre claridad de los rayos filtrados a través de las nubes de polvo, Zaynab vio los ojos de su sobrina.

Se diría que todo su corazón, toda su vida se había ido con las lágrimas que la niña había derramado. Zaynab alejó a Sukaina del cadáver decapitado de su padre.

La niña le contó cómo, después del salvaje asalto de los hombres del tirano, sólo tenía un pensamiento: encontrar a su padre, para contarle su pena. Había caminado en línea recta, llamándole. Se dejó guiar por el murmullo del viento. Cuando descubrió el cuerpo del Imam Husein, se lo contó todo. ¡Todo! Todo lo que había sufrido después de su partida. Y todo lo que cada uno había aguantado. Y cómo un soldadote le había arrancado los pendientes que su padre le había regalado, desgarrándole el lóbulo de las orejas, cubriendo su cara de sangre. Cómo este bruto inhumano, furioso por el llanto de la niña, la había azotado, azotado, azotado. Al final, agotada, Sukaina había puesto la cabeza sobre el pecho de su padre, como tantas veces había hecho en el pasado. Y se quedó dormida.

 

2

Zaynab montaba guardia. Todo el mundo dormía en lo que quedaba de tienda medio consumida. Las mujeres formaban un círculo. Los niños estaban en el centro.

¡De pronto, pasos! Siluetas, iluminadas por antorchas, se aproximaban.

—¿Qué más queréis? ¡Vuestra gente nos lo ha robado todo! ¡Dejadnos! Dejad descansar a los pobres niños. ¡Os aseguro que ya no hay nada más que robar, regresad mañana! No hay más que mujeres y niños indefensos…

¡No vamos a desaparecer durante la noche!

Una voz femenina respondió, en un tono educado y respetuoso:

—Señora, no venimos aquí para robaros. Sabemos que lo que acabáis de decir es cierto. Traemos un poco de alimento y agua para los niños y las mujeres viudas de vuestro campamento.

El pequeño grupo se acercó más. Zaynab pudo distinguir una mujer, precediendo a algunos soldados que llevaban recipientes llenos de agua y grandes canastos llenos de pan. Zaynab preguntó a la visitante quién era ella:

—Señora, soy la viuda de Hurr. Mi esposo era general del ejército de Yazid. Tenía bajo sus órdenes a un millar de hombres. Ayer se unió a vuestro hermano y combatió a su lado. Algunos de los soldados de ‘Umar hijo de Saad temían que murieseis de hambre y sed y no poderos conducir hasta Yazid, como éste les ha ordenado. Me han pedido que les acompañe para traeros algo de beber y comer.

—Oh hermana mía— respondió Zaynab —Todos tenemos una deuda hacia vuestro esposo, que ha dado su preciosa vida para defender a Husein. ¡Era nuestro huésped, y no teníamos nada que ofrecerle, ni para beber, ni para comer!

Zaynab recordó la promesa que había hecho a su hermano antes de que los dejase. Cogió una alcuza de agua y fue a despertar a Sukaina.

—¡Sukaina, hija mía!

—Por fin hay agua para ti. ¡Levántate!

—¡Bebe! ¡Refresca tus labios y tu garganta reseca!

—Tía mía, tú también te has quedado sin beber desde hace días. ¿Por qué no bebes tú?

-¡Bebe Sukaina! ¡Ni tu padre, ni tu tío Abbas, ni tu hermano Akbar han bebido aún del agua fresca de las fuentes del Paraíso! Esperan que hayas apagado tu sed. ¡Bebe Sukaina, para que ellos también puedan beber del agua de Kauzar!

 

3

Después del saqueo del campamento de la Familia del Profeta, los oficiales del ejército de Yazid se habían reunido alrededor de su comandante. Buscaban una manera de saciar su sed de venganza.

Uno de ellos sugirió magullar los cuerpos de los mártires del campamento del Imam Husein bajo los cascos de los caballos.

‘Umar hijo de Saad encontró esta idea excelente, y ordenó ponerla en ejecución.

Pero varios de los miembros del clan de los Bani Asad declararon que no permitirían que se profanase de este modo los cadáveres de entre los muertos que pudiesen ser sus parientes. Otros alegaron la misma objeción sobre los compañeros del Imam Husein, ya que podían o no ser miembros de su tribu. Finalmente ‘Umar hijo de Saad ordenó que sólo el cuerpo del Imam Husein sufriese ese trato.

Herraron especialmente para la ocasión a varios caballos.

 

Cuando los muertos del ejército de Yazid fueron enterrados,

Cuando los cuerpos de los Mártires fueron todos decapitados,

Los soldados de la caballería pasaron y volvieron a pasar sobre

el cuerpo del Imam Husein,

Sobre el cuerpo del hijo preferido del Santo Profeta,

Sobre el cuerpo de uno de los dos Príncipes de los jóvenes del Paraíso…

 

4

Fue un sol ensangrentado

El que se elevó la mañana del 11 de Muharram.

¿Era el efecto del polvo que llenaba el aire

Sobre la planicie de Karbalá?

¿O el astro diurno se avergonzaba

de tener que iluminar la escena

de la profanación de los cuerpos de los Mártires,

De la humillación de la Familia del Profeta?

¿O enrojeció de cólera

al ser testigo impotente

Ante tanta bajeza e ignominia?

 

‘Umar hijo de Saad se había ido hacia Damasco, no queriendo delegar en nadie el anuncio de su victoria al Califa.

Los soldados de Yazid encadenaron a las mujeres y a los niños.

Los velos que ocultaban de las miradas los rostros de las mujeres habían sido arrancados. Los cuellos, las manos, los pies fueron atados con cuerdas y cadenas. Las manos de las mujeres fueron atadas a los cuellos de los niños. Todos fueron izados sobre un camello sin silla.

La caravana se puso en movimiento. Delante, en procesión, iban las cabezas. Las cabezas de los mártires, clavadas en la punta de las lanzas.

Setenta y ocho cabezas, setenta y ocho gloriosos combatientes de la Fe: además del Imam Husein, diecisiete miembros de la Casa del Profeta y sesenta fieles shias.

La cabeza del Imam Husein, precedía a las demás.

Detrás, la caravana marchaba rápida.

Cuando, ocasionalmente, un niño resbalaba y caía al suelo, la mujer a la cual estaba atado caía también. Entonces un soldadote se abalanzaba sobre ellos, levantaba su látigo y azotaba, azotaba…

 

5

A media tarde, llegaron a los muros de Kufa.

Mientras que un mensajero se adelantaba ante el Gobernador Obeidullah, los soldados reposaban a la sombra, descansaban, se refrescaban…

Los cautivos esperaban a pleno sol, sin beber ni comer.

El mensajero volvió. Obeidullah hijo de Ziyad esperaba a los prisioneros en su palacio. El cortejo debería pasar por las principales calles de Kufa y atravesar el mercado principal. Se pusieron en marcha.

Un pregonero iba delante:

—¡Habitantes de Kufa! ¡Husein hijo de ‘Ali, que había rehusado reconocer la autoridad del Caudillo de los Creyentes, vuestro querido Califa Yazid, ha sido matado igual que sus shias!

Las mujeres y los niños de su Familia han sido hechos prisioneros. Y van a ser conducidos ante el Califa, quien decidirá qué castigo debe serles aplicado.

—¡Habitantes de Kufa! ¡Esta es la suerte que espera a todo aquel que cuestione la autoridad del Califa!

—¡Habitantes de Kufa! Husein hijo de ‘Ali, que había…

La muchedumbre, muda, abrumada, se apiñaba en el lugar del paso del cortejo. Desde las ventanas, en las terrazas, las mujeres y los niños, con los ojos desorbitados, miraban.

Nadie decía ni una palabra. Ocasionalmente se oía un sollozo reprimido.

Con el rostro cubierto por el cabello, el cual le servía como velo, encadenada, extenuada, Zaynab se preparó.

Se sostenía erguida sobre su montura. Su voz apagaba la del pregonero que caminaba delante:

—¡Gente de Kufa!

—¡Yo soy Zaynab, la hija de ‘Ali, el Caudillo de los Creyentes, y de Fátima la Resplandeciente!

—¡Soy la nieta del Enviado de Dios!

—Soy la hermana de Husein,

—Soy la hermana de vuestro Imam,

—¡A quien vosotros habéis matado!

—¡Gente de Kufa!

—¡Gente de traición y de perfidia!

—¿Lloráis ahora?

—¡Qué vuestras lágrimas no se sequen jamás!

—¡Qué vuestros gritos no cesen nunca!

—El mal que habéis cometido es tan grande que Dios está Encolerizado con vosotros.

—¡Permaneceréis inmortales en el Fuego!

—De vuestra traición no cosechareis sino vergüenza y deshonor.

—¿Cómo se os puede perdonar el asesinato del hijo del Santo Profeta, la Prueba de Dios sobre la tierra, vuestro Imam?

—¡Experimentad las consecuencias de vuestro crimen!

—¡Sed desterrados y aplastados!

—¡Sed humillados y degradados!

—¡Desgracia para vosotros, gente de Kufa!

—¡Qué una lluvia de sangre se abata sobre vuestras cabezas!

—¡Qué una tortura sin fin sea vuestro premio en el Más Allá!

 

6

Las puertas del palacio del Gobernador se habían dejado abiertas para permitir que todos pudiesen ir a felicitar a Obeidullah hijo de Ziyad por su victoria sobre el Imam Husein.

Estaba sentado sobre un trono, y parecía gozoso.

Estaba jugando negligentemente con una barra de hierro dando golpes a la cabeza del Imam Husein que había sido depositada a sus pies.

Un anciano, compañero del Santo Profeta, Zayd hijo de Arqam, no pudo contenerse ante semejante espectáculo:

—¡Quita esta barra de hierro de este noble rostro, pues yo he visto con mis propios ojos posarse en él multitud de veces los labios del Profeta!

Y estalló en llanto.

Obeidullah se encolerizó:

—¡Si no fueses un viejo senil que ha perdido la razón, te habría hecho decapitar al instante!

Zayd hijo de Arqam salió, consternado, recordaba el tiempo dichoso en que el Profeta jugaba con su nieto, lo asía contra sí, lo abrazaba…

Los cautivos fueron conducidos a la presencia del Gobernador, quien hizo que se presentasen uno a uno. Cuando llegó el turno de ‘Ali Zayn ul-Abidin, Obeidullah preguntó:

—¿Quién eres tú?

– Soy ‘Ali hijo de Husein.

—Pero ‘Ali hijo de Husein no fue matado?

—Tenía un hermano que también llevaba este nombre. La gente lo mató.

—¡Di más bien que Dios lo mató!

—“Dios acoge las almas en el momento de su muerte”.

—¿Cómo osas hablarme en ese tono? ¡Vas a ver! ¡Ningún hijo de Husein quedará con vida! ¡Verdugo, decapítalo!

Zaynab se situó de un salto al lado del hijo de su hermano. Y gritó:

—¿No crees que ya has derramado suficientemente nuestra sangre? Por Dios, no lo abandonaré. ¡Si tú le matas, mátame también a mí con él!

Obeidullah indeciso dijo:

—¡Qué patético cuadro familiar! ¿Querrías que te matase, Zaynab? ¡Pues bien, no te daré este placer! Después de todo el Califa Yazid decidirá qué suerte correrá el hijo de Husein…

—Sabes, Zaynab, cuando habéis entrado, no podía creerme que tenía delante de mi a la Familia del Profeta. ¡Pensé más bien que tú y las demás mujeres no erais sino vulgares esclavas que habían sido compradas en el mercado!

Zaynab respondió al insulto:

—¡Hijo de Ziyad! ¡Somos las hermanas de Husein, las nietas de Muhammad, que tú reconoces como tu Profeta!

—Tú y los otros lacayos de Yazid, habéis pisoteado los principios del Islam a cambio de ínfimas ventajas materiales.

—¡Hoy te pavoneas, hijo de Ziyad!

—¡Te enorgulleces de la victoria de tu ejército de soldadotes sobre un puñado de héroes!

—Te crees poderoso porque puedes insultar impunemente a las mujeres y a los niños indefensos.

—¡Pero te prevengo hijo de Ziyad!

—¡Muy pronto la muerte se abatirá sobre ti!

—¡Entonces tendrás que dar cuentas de tus crímenes!

—¡Tendrás que pagar por el asesinato del nieto del Profeta y de todos aquellos que estaban con él, a quieres tu reprochabas que rechazasen la autoridad religiosa de un borracho y un libertino!

Las palabras de Zaynab produjeron el efecto de un trueno.

Obeidullah, escuchándola hablar, observaba las reacciones de los presentes. Vio que todos escuchaban atentamente. Algunos parecían asentir con la cabeza, otros secaban furtivamente una lágrima que no habían podido contener.

¡Obeidullah veía que todos, casi sin excepción, admiraban la valentía de esta mujer y se decía a sí mismo que ella sería capaz de levantar a toda la ciudad en su contra!

Chillando la ordenó que se callase, amenazándola con los peores castigos, a ella misma y al resto de los cautivos, si no obedecía.

Pero Zaynab continuó aún con más exquisitez.

Habló de los méritos de su hermano, el Imam Husein, contrastándolos con los vicios del hijo de Muawiah.

Denunció los ultrajes que el dictador cometía contra la integridad del Mensaje del Islam.

Describió con detalle las atrocidades cometidas por los hombres del Califa en Karbalá.

Obeidullah llamó a sus guardias, les ordenó que hiciesen salir inmediatamente a los prisioneros. Ordenó a Shamir que se pusiese de inmediato rumbo a Damasco, sin dejar que Zaynab y los otros prisioneros permaneciesen un instante más en Kufa.

Él mismo, loco de cólera, salió del palacio rumbo a la mezquita.

 

7

Desde lo alto del púlpito, Obeidullah miró a la muchedumbre que se había concentrado a sus pies.

Estaba ebrio de orgullo de ser el Gobernador de esa ciudad, así como de la pérfida victoria que sus tropas acababan de aportarle.

Quería acabar con la encolerizada impresión que le produjo el discurso de Zaynab. Esta mujer le había echado por tierra la satisfacción que pensaba sacar de este triunfo.

Tomó la palabra, dirigiéndose a los habitantes de Kufa:

—¡Gloria a Dios! El Cual ha hecho triunfar la Verdad y sus partidarios. ¡Ha dado la victoria al Caudillo de los Creyentes, Yazid y ha matado al mentiroso, Husein, hijo de mentiroso, ‘Ali, así como a sus shias!

Una voz le respondió, haciendo temblar los muros de la mezquita:

—¡Cállate, enemigo de Dios, cesa de blasfemar!

—¡Tú eres un mentiroso, al igual que tu padre, al igual que aquél que te ha designado para este puesto, al igual que el padre del mismo!

—¡Has asesinado a los descendientes del Profeta y ahora osas colocarte en su lugar, aquí, en este púlpito!

Obeidullah palideció, incapaz de continuar:

—¡Capturadle!

Los soldados capturaron al hombre, Abdallah hijo de Afif, que era un shia del Imam ‘Ali. Pero Abdallah lanzó el grito de guerra hacia su tribu, los Azd. Inmediatamente setecientos guerreros se reunieron, espada en mano.

Obeidullah se vio forzado a soltarle.

Pero por la noche, sus hombres se introdujeron en la casa de este valiente shia. Matándole y crucificándole sobre la puerta de su propia casa.

 

8

La caravana de cautivos se puso de nuevo en marcha, siempre precedida por las cabezas de los Mártires.

¡Pero ya sin apariencia de procesión triunfal!

Obeidullah había ordenado a los guardias que pasasen por los sitios menos frecuentados, por miedo a que los shias del Imam Husein intentasen liberar a los prisioneros y vengasen a los mártires. Los guardias recibieron también indicaciones de no tener ninguna piedad con las mujeres y los niños.

El Imam Zayn ul-Abidin seguía enfermo, difícilmente podía caminar. Una pesada cadena ataba sus pies y su cuello. Si intentaba alargar el paso o ir más rápido, caía inevitablemente. Entonces un bruto descendía del caballo, levantaba su látigo, y le azotaba…

Durante esta interminable travesía por los desiertos de Mesopotamia y de Siria, Sukaina cayó de su camello. Zaynab, que se encontraba en el camello vecino dio la alarma. Los guardias no la prestaron ninguna atención. Desesperada por la situación, Zaynab dirigió su mirada a la cabeza del Imam Husein, siempre al frente del cortejo, siempre clavada en la punta de una lanza:

—¡Husein hermano mío, me has pedido velar todo lo que me sea posible por Sukaina! ¡Pero se ha caído de su montura y no puedo hacer nada para ayudarla!

Seguidamente pidió a Dios que tuviese piedad de ella, y socorriera la desgracia de la niña.

La caravana no había dado más que tres pasos cuando la lanza que llevaba la cabeza del Imam Husein escapó de las manos del hombre que la sostenía y la cabeza del Imam Husein cayó al suelo. El hombre saltó del caballo para cogerla y seguir la marcha. Pero no pudo arrancarla del suelo. Parecía como si ésta fuese de piedra.

Aquel hombre, sin embargo, era un coloso. Comprendió que si lo que estaba sucediendo se difundía, el pánico cundiría entre el resto de los guardias y éstos huirían despavoridos. Sin perder un minuto fue a contarle a Shamir lo que estaba sucediendo. Shamir reflexionó durante un instante, con el látigo en la mano, se dirigió hacia el Imam ‘Ali Zayn ul-Abidin y le dijo:

—¿Qué está sucediendo? ¿Quién es el responsable de todo esto?

El Imam Zayn ul-Abidin miró hacia la cabeza de su padre, vio que miraba en dirección de su tía Zaynab.

Zaynab contó la caída de Sukaina y la indiferencia de los guardias cuando ella les pidió que parasen a recogerla.

Shamir retrocedió. Descubrió a la niña inconsciente. Se había herido en la caída.

Una vez que Sukaina fue puesta en los brazos de Zaynab, la cabeza del Imam Husein pudo ser retirada del suelo, sin el menor esfuerzo.

 

9

El paso por el desierto de Siria, sembrado de zarzas espinosas, fue para el Imam ‘Ali Zayn ul-Abidin un suplicio horroroso. ¡Tanto más cuanto que los monstruos con forma humana que conducían la caravana le forzaban a luchar contra la rapidez de los camellos a paso ligero!

Por la noche, se paraban apenas unas horas, y mientras los guardias se agasajaban, los desafortunados prisioneros recibían apenas algo para no morir de sed y hambre.

Una noche, la caravana hizo alto cerca de una ermita. El monje que vivía allí pasaba toda su vida en oración, meditación, y en la adoración de Dios. Shamir confió las cabezas a su custodia, seguro de que así no serían robadas.

Una simple mirada al rostro del Imam Husein convenció al ermitaño que se trataba de la cabeza de un santo. La cogió y guardó junto a su cabecera mientras reposaba. En su sueño vio descender a todos los profetas y los ángeles celestiales sobre la cabeza que descansaba junto a él.

Se despertó y se preguntó lo que debía hacer. Decidió interrogar al jefe de la caravana sobre la identidad de las personas decapitadas y las mujeres y los niños que tenían como prisioneros.

Salió pues de su ermita, despertó a Shamir y le preguntó. Shamir le reveló que se trataba del nieto del Profeta Muhammad, quien había rehusado reconocer la autoridad religiosa de Yazid y que, por esta razón había sido matado, al igual que sus parientes y partidarios. Le dijo que los cautivos eran los supervivientes de la Familia del Profeta y que iban a ser conducidos ante Yazid quien decidiría qué castigo debería serles infligido.

Colmado de indignación el santo hombre gritó:

—¡Qué la maldición de Dios caiga sobre vosotros! ¿No veis el horror del crimen del que sois culpables decapitando al nieto de vuestro Profeta? ¡No hay duda de que este hombre era un gran santo! ¡Desgracia para vosotros infames! ¡No contentos con la ignominia que habéis cometido, tratáis con brutalidad a las mujeres sin defensa y a los niños inocentes!

Shamir, quien estaba ya de muy mal humor por haber sido despertado en plena noche, fue preso de un ataque de rabia. Cogió su espada y, de un golpe, cortó la cabeza del ermitaño. No tuvo ni el menor respeto hacia los requerimientos del Santo Profeta concernientes a la protección que debe ser dada a aquellos que se retiran del mundo y consagran su existencia a la oración y a la penitencia. Aquel que había mostrado tanto desprecio por la vida del nieto del Profeta, ¿Podría dar alguna importancia a los Preceptos del Enviado de Dios?

 

10

Avanzando a marchas forzadas, la caravana llegó pronto a Damasco.

Hizo alto ante las murallas que rodeaban la ciudad. Un mensajero fue enviado al palacio del Califa, para recibir instrucciones de Yazid.

Este fue advertido por Obeidullah sobre los incidentes acaecidos en Kufa. Había juzgado prudente no desvelar la identidad de los cautivos y había hecho correr el rumor de que un príncipe árabe se había levantado contra su autoridad, que se había enfrentado al ejército invencible y había sido derrotado, con algunos de sus partidarios.

Un pregonero confirmó oficialmente esta noticia, precisando que para que sirviese de ejemplo las cabezas de los culpables habían sido cortadas y llevadas ante el Califa, al igual que la familia del príncipe desleal.

La jornada fue proclamada festiva, para celebrar la victoria del Caudillo de los Creyentes.

Se decoró la ciudad a toda prisa, se preparó un festín abierto al público y todos los cortesanos y los embajadores residentes en Damasco fueron convocados a la gran recepción que tendría lugar esa misma noche en el palacio.

Mientras que los preparativos estaban en plena actividad, los prisioneros aguardaban, a pleno sol. Grupos de curiosos se acercaban para ver a los cautivos que iban a ser llevados ante el Califa. La escena de las mujeres y, sobre todo, de los niños medio muertos de hambre y sed, cuya extrema delgadez causaba horror, encadenados, cubiertos de polvo y de sangre seca, enmudeció a más de un testigo. Algunos de los curiosos tiraron dátiles secos a los niños, como limosna.

Los desafortunados niños, hambrientos, cogieron los dátiles para mitigar su hambre, pero Zaynab y las otras mujeres les prohibieron comer aunque fuese tan sólo uno y les ordenaron que los devolviesen a los que los habían tirado. Zaynab con la cara siempre cubierta con su cabello, habló:

—Os doy las gracias por vuestra preocupación hacia los niños hambrientos. Pero somos la Familia del Profeta y Enviado de Dios y nos está prohibido comer limosnas. Bajo ningún concepto nos está permitido transgredir estas órdenes.

La gente se quedó estupefacta al oír esta respuesta. No sabían qué era lo más inconcebible, la prohibición de que los niños comieran los alimentos que se les ofrecían o el hecho de que la Familia del Profeta estuviese cautiva y en un estado tal.

El rumor corrió por la ciudad, las preguntas y las suposiciones corrían como el agua.

 

11

Llegó al fin la orden de conducir los cautivos al palacio.

Cuando aparecieron ante él. Yazid no pudo creer que se tratara de la Familia del Profeta. Que esas personas macilentas, demacradas, casi como espectros…; esqueletos en andrajos cubiertos de polvo, sangrando por todas partes a causa de las últimas heridas infligidas por las caídas o por el látigo… Estos espectros encadenados, hambrientos, desfallecidos…

—¡’Umar hijo de Saad! ¡Te has burlado de mí!— gritó Yazid. —Estas no son las hermanas y las hijas de Husein… ¿Dónde has comprado estos esclavos y donde has escondido los otros?

Yazid estaba borracho. Estaba sentado en lo alto de un trono. Y a sus pies, en una bandeja de oro macizo, había hecho colocar la cabeza del nieto del Profeta. En la mano, tenía una copa de vino que un copero iba llenando antes que se vaciase.

Yazid hervía de rabia, los ojos inyectados en sangre. ‘Umar hijo de Saad se arrojó a sus pies.

—¡Ten piedad de mí, Caudillo de los Creyentes! Tu humilde esclavo ha cumplido exactamente tus órdenes. Los que están ante ti ciertamente son Zaynab y Kulzum las hermanas de Husein, Um Layla y Um Rabbah sus viudas, Sukaina y Rukaya sus hijas, y los demás son los parientes y los huérfanos de sus familiares y de sus shias. Y ante ti he traído también a ‘Ali Zayn ul-Abidin, el hijo de Husein.

Yazid miró a los cautivos. No podía divisar el rostro de las mujeres ya que, todas, cubrían su rostro tras sus cabellos. Una de ellas parecía a demás esconderse tras una anciana. Yazid la señaló con el dedo:

—¡Aquella, aquella de allá que se esconde! ¿Quién es?

—Majestad, es Zaynab- respondió ‘Umar, levantándose. Es la hija de ‘Ali y de Fátima. La anciana que la esconde es Fizza. ¡Se glorifica a sí misma de nombrarse la esclava de Fátima y Zaynab!

Yazid eructó:

—¡No permito a nadie que esconda de mi vista a mis prisioneros. Shamir! ¡Haz un lado a la vieja, para que pueda contemplar libremente a la hija de Fátima!

Shamir se acercó con el látigo levantado.

Fizza, viendo a los esclavos abisinios presentes, armados con sables tras el trono del Califa, les dijo:

—¡Hermanos míos! ¿Qué es lo que queda de vuestro sentido de la hermandad y vuestro honor? ¿Dejareis que se moleste ante vosotros, sin que reaccionéis, a una anciana dama de vuestro pueblo, una princesa de vuestro país, teniendo cada uno de vosotros un arma en la mano?

A las palabras de Fizza, varios esclavos dieron un paso hacia delante. Uno de ellos se dirigió a Yazid:

—¡Caudillo de los Creyentes! Dile a este hombre que no levante su látigo contra nuestra princesa. ¡Si no, la sangre va a correr como un río en este palacio!

Estaba muy ebrio, pero Yazid se dio cuenta de que el hombre hablaba en serio. ¡Sus esclavos se alzaban!

El cobarde disimuló en principio su pánico. Respondió con una gran sonrisa:

—¡Mis fieles sirvientes! Estoy orgulloso de ver hasta que punto habéis conservado el sentido del honor. Os prometo que nadie maltratará a vuestra compatriota.

 

12

Yazid calmó su angustia sorbiendo un poco más de vino. Temblaba de ira. ¿Cómo podía aclarar el enfrentamiento que ocurre públicamente?

A su alrededor, casi cien mil cortesanos y embajadores se encontraban reunidos. Todos habían sido testigos de su humillación.

En la mano que no tenía la copa de vino tenía una caña, adornada con un pomo de oro. La utilizó para golpear los labios del Imam Husein. Burlándose:

—¡Ah, los bonitos labios que ha besado Muhammad! ¡Qué contentos estarían mis antepasados de contemplar esta escena! ¡Todos mis valerosos antepasados a quienes Muhammad mató, desde Badr hasta Hunayn! ¡Sus almas deben estar hoy contentas viéndome, yo, Yazid, los he vengado destruyendo la familia de su enemigo!

Los cautivos permanecieron en silencio. Ni Zaynab, ni ‘Ali Zayn ul-Abidin querían rebajarse para replicar al borracho.

Pero el embajador bizantino, asqueado, indignado por tanta ignominia, se levantó:

—Oh rey! ¡Quisiera saber quién es el hombre cuya cabeza está a tus pies y qué crímenes imperdonables ha cometido, para que tú trates así sus restos mortales y a su familia, incluso después de su muerte!

—¡Son la gente de la Familia del Profeta del Islam! Han osado desafiar mi autoridad. Estas mujeres y estos niños son mis esclavos y les voy a hacer sufrir un trato que nadie aún ha infligido a un ser humano jamás ¡Así, nadie más osará nunca levantar ni su dedo meñique contra mí!

Abdol-Wahab —tal era el nombre de este embajador— era un hombre instruido. Había estudiado mucho sobre la vida y las Enseñanzas del Santo Profeta y de sus descendientes. Reflexionó un instante y, plenamente consciente de lo que quería decir, dejó a un lado toda clase de diplomacia:

—¡Oh rey! Has cometido el más odioso de los crímenes contra tu religión y contra la humanidad. ¡Has aniquilado de la manera más odiosa la familia de tu propio Profeta, gentes que eran piadosas y que vivían con santidad!

—¡Has tratado a sus descendientes más brutalmente que a los animales!

—La gente de mi pueblo guarda hacia mí su mayor respeto, por la sola razón que soy descendiente de Pedro, uno de los compañeros del profeta ‘Isa.

—¡Pero tú, has caído en la más baja abyección!

Volviéndose entonces en dirección a ‘Ali Zayn ul-Abidin, Abdol-Wahab continuó:

—’Ali hijo de Husein, lo que he visto y he oído hoy me ha convencido que tu padre era la más noble alma sobre la faz de la tierra y el más valeroso de los hombres por haber combatido de esta manera la injusticia, la tiranía y la opresión.

—¡Declaro mi Fe en la Religión de tu padre, esta religión por cuya defensa ha vertido su sangre! ¡Y te elijo como testigo de mi profesión de Fe!

Un torrente de injurias salió de la boca de Yazid. Ordenó que arrestasen al embajador y que, acto seguido, lo ejecutasen.

 

13

Un profundo silencio reinaba en la sala.

Todos los testigos quedaron mudos de admiración ante el coraje de Abdol-Wahab y la verdad de sus palabras…

Yazid intentaba calmar sus nervios bebiendo copa tras copa. Era absolutamente necesario que restableciese su autoridad vengándose sobre alguien.

Se levantó y tendió los brazos a Zayn ul-Abidin, gritando:

—¡Tú ¡Tú eres el responsable de todo esto! ¡Tú eres quien ha incitado a este loco a que me insulte!

Yazid se calló un instante, como si intentase reflexionar a través de los vapores del alcohol.

—¡Voy a hacer que te corten la cabeza ahora mismo ante mí! ¡Ante todo el mundo! ¡Ante tu madre, y tus hermanas, tus tías y todos los demás!

Vació otra copa más.

—¡No, esta muerte será muy dulce para ti! Voy a torturarte para que mueras poco a poco. Voy a hacerte sufrir lo que nadie ha sufrido jamás. ¡Serás tú mismo quien me suplicará que acabe contigo!

Después de esto Yazid se rió a carcajadas.

Eran las risas de un demonio borracho que había perdido todo control sobre sí mismo.

El Imam ‘Ali Zayn ul-Abidin respondió, con voz clara y firme, aunque grave debido al fuerte agotamiento:

—¡Yazid! Las torturas que tú ya nos has infligido no pueden ser sobrepasadas por nada que tu espíritu enfermo pueda imaginar.

Para mí, la peor de las torturas, es estar en tu presencia, con las mujeres de la Familia del Profeta sin velo para cubrir su rostro de tu vista viciosa.

No creas que yo y mis familiares estamos atemorizados o intimidados por tus amenazas. Nosotros, Gente de la Familia del Profeta, hemos sido educados desde la infancia para ser capaces de soportar toda clase de pruebas, todos los sufrimientos.

—¡A quienes Dios ama, Él los fortalece en todas las pruebas y en el Más Allá, gozarán de Sus favores!

Un murmullo de admiración se levantó en la sala. Todos estaban forzados a reconocer que ‘Ali Zayn ul-Abidin era el digno representante del Enviado de Dios.

Yazid se dio cuenta de los sentimientos que animaban a los presentes. Tuvo miedo de que algunos pensasen en derrocarle para instalar sobre el trono al hijo del Imam Husein. El carácter astuto y malicioso que había heredado de su padre vino en su defensa. Y se rió a carcajadas:

—¡Ah, tú me criticas! ¿Pero no es Dios mismo Quien ha hecho morir a tu padre? ¿No es Dios Quien lo ha castigado por haberse revelado contra el Caudillo de los Creyentes?

—¡No tirano! ¡No deformes los versículos coránicos! ¡No cambies su significado! En Su infinita sabiduría, Dios da a cada uno el tiempo y las ocasiones para hacer el bien o el mal, con justicia u opresión.

—¡El Castigo Divino llega siempre a los tiranos tarde o temprano!

—¿No cuenta el Santo Corán las tribulaciones de los Profetas, que han sufrido mil males a manos de los pueblos a los cuales habían sido enviados?

Yazid no sabía qué responder. Su espíritu estaba demasiado embebido en el alcohol para encontrar una réplica.

Un cortesano, siempre al acecho de obtener un favor, tuvo una idea para menguar la tensión que resultaba peligrosa. Se adelantó hacia el trono, se prosternó ante los pies de Yazid, y pidió:

—¡Caudillo de los Creyentes! ¡Oh mi señor! Imploro a su Majestad que me conceda una recompensa por los servicios que le he prestado. Dadme como esclava a Sukaina, la hija de Husein.

Zaynab estrechó a Sukaina entre sus brazos y replicó:

—¿Quién te has creído que eres, miserable lacayo de Yazid? ¿Has perdido todo sentido de la medida? ¿Crees que perteneces a tan alta cuna que se te otorgará como esclava a la nieta del Profeta?

—Cállate— interrumpió Yazid —¡Soy yo quien decide aquí y hago lo que quiero!

—¡No Yazid, no eres tú el que manda! ¡Ni aquí, ni en ninguna parte! Dios no te dejará cometer tal abominación a no ser que tú rechaces públicamente el Islam y aceptes otra religión.

—¿Es a mí a quien hablas de esta manera? ¿A mí, el Caudillo de los Creyentes? ¡Es tu padre él que se ha desviado de la Religión, al igual que tu hermano!

—¡Mientes enemigo de Dios! ¡Pretendes ser el Caudillo de los Creyentes mientras que ordenas la injusticia, combates la virtud, y oprimes a los débiles indefensos!

El cortesano insistió:

—Dame esta niña…

Yazid le reprendió:

—¡Mejor quédate célibe! ¡Qué Dios te dé la muerte!

 

14

Yazid hizo entonces venir a un hombre que tenía reputación de ser muy elocuente. Dio la orden de:

—Trae a este chico y llévale a lo alto del púlpito junto a ti e informa al pueblo de la mala reputación de su padre y de su abuelo, diles todo a cerca de su intención de apartarse de la Verdad y de su injusticia para con nosotros!

El hombre obedeció. Habló con habilidad. No olvidó ninguna fechoría que se pueda imaginar, acusando a la Familia del Profeta de ser los responsables. Prosiguió su discurso, leyendo en las caras de sus auditores los sentimientos que hacían surgir sus palabras. Modulaba sus palabras, sus entonaciones, sus gestos, la expresión de su cara, y hasta el brillo de su mirada y el ritmo de su respiración, como un actor consumado. Cuando terminó de hablar, los asistentes estaban subyugados.

El orador descendió del púlpito.

El Imam Zayn ul-Abidin se levantó, con las manos atadas y los brazos trabados por las gruesas cadenas que estaban enrolladas alrededor de su cuerpo.

Yazid quiso oponerse a que su prisionero hablase, pero la determinación del Imam había podido con la voluntad del tirano y murmullos de desaprobación de los invitados presentes le indicaron que no sería oportuno impedirle hablar.

El Imam Zayn ul-Abidin comenzó con las Alabanzas a Dios de la más bella forma que pueda concebirse. Después invocó las Bendiciones de Dios sobre el Profeta. Y se dirigió a la muchedumbre reunida:

“¡Oh gentes! Os pongo en aviso contra la vida de este bajo mundo y lo que contiene, ya que es una morada transitoria que está llamada a desaparecer. Cambia a sus habitantes de un estado a otro. Ha reducido a la nada a las generaciones predecesoras y a las naciones, muchas otras veces. Habían vivido mucho tiempo antes que vosotros y han dejado vestigios colosales…”

“El paso del tiempo los ha destronado; las serpientes y las bestias que se arrastran sobre la tierra se han apoderado de sus mansiones y la tierra los ha pulverizado”.

“La vida los ha destruido y es como si nunca hubiesen existido. La tierra los ha engullido en su seno; ha puesto fin a su belleza, ha cambiado su color y el tiempo los ha asolado…”

“¿Esperáis después de esto permanecer inmortales? No hay lugar a dudas, seguiréis el mismo camino…”

“¡Por tanto, el poco tiempo que os queda para vivir, empleadlo en buenas acciones! ¡Ya os veo transportados desde vuestros palacios a vuestras tumbas, afligidos, hundidos, por la desgracia!”

“Pero entonces será demasiado tarde para arrepentirse… ¡Lo que uno encuentra ante sí, es lo que ha realizado en su vida! ¡Uno se encontrará ante sus propios actos! Y “Dios no es injusto con nadie…”

“¡Oh gente! Los que os han precedido ahora se encuentran inertes, yaciendo entre los muertos. Aguardan el Castigo de Dios y el Día del Juicio… Ya que Dios castigará o recompensará a cada uno según sus actos”.

“¡Oh gente! ¡Dios, Exaltado y Alabado sea, nos ha probado, a nosotros, Ahl ul-Bait, mediante una bella prueba, depositando el Estandarte de la Buena Dirección, de la Justicia y de la Piedad entre nosotros y depositando el estandarte del extravío y de la ruina fuera de nos!”

“Nos ha favorecido, a nosotros, los Ahl ul-Bait, con seis cualidades:

¡Nos ha favorecido con la ciencia, la mansedumbre, el coraje, la bondad, el amor y el afecto de los corazones de los Creyentes!”.

“¡Él nos ha dado lo que no ha concedido a nadie antes de entre los mundos: es con nosotros con quienes se relacionan los ángeles y el Libro Revelado!”.

“¡Oh gente! ¡Aquel que me ha reconocido, es para su propio mérito! ¡Respecto a aquel no me conoce, le anuncio quién soy yo y cual es mi línea!”.

“¡Soy el hijo de La Meca y de Mina!”.

“¡Soy el hijo de Zamzam y Safa!”.

“¡Soy el hijo del mejor hombre que haya jamás llevado vestiduras!”.

“¡Soy el hijo del mejor hombre que haya jamás andado sobre la tierra, así sea descalzo o calzado!”.

“Soy el hijo del mejor hombre que haya jamás circunvalado la Santa Kaaba!

—¡Soy el hijo del mejor hombre que haya jamás realizado el Peregrinaje y respondido a la Llamada de Dios!”.

“¡Soy el hijo de aquel que fue llevado a los cielos a lomos del Buraq!”.

“¡Soy el hijo de aquel quien viajó de noche de la Mezquita Sagrada hasta la Mezquita Lejana!”.

“¡Soy el hijo de aquel a quien Yibril elevó hasta el Loto del Limite!”.

“¡Soy el hijo de aquel quien se encuentra cercano a su Señor, a la distancia de dos arcos, o más cercano aún!”.

“¡Soy el hijo de aquel que ha rezado con los Ángeles del Cielo, de dos en dos!”.

“¡Soy el hijo de aquel a quien Allah el Glorioso ha revelado lo que El ha revelado!”.

“¡Yo soy el hijo de Muhammad Mustafa!”.

“¡Soy el Hijo de ‘Ali Murtaza!”.

“¡Soy el hijo de aquel quien ha doblegado a las gentes hasta que dijeron:

¡No hay divinidad fuera de Dios!”.

“¡Soy el hijo de aquel quien ha combatido junto al Profeta con dos espadas y con dos lanzas y ha partido de su país en dos emigraciones y ha reconocido al Profeta como Mensajero de Dios en dos sumisiones y participó en las batallas de Badr y Hunayn y jamás ha negado a Dios!”.

“¡Soy el hijo del más piadoso de los Creyentes!”.

“¡Soy el hijo del heredero de los Profetas! ¡Es el que reprime a los ateos, el Jefe de los Musulmanes, la Luz de los combatientes, el adorno de los adoradores de Dios, el más paciente de todos los hombres, y el mejor de todos aquellos que se levantan para la oración de entre la familia de Yasin, el Profeta del Señor de los universos!”.

“¡Soy hijo de aquel a quien Yibril sostiene y Mikail asiste!”.

“¡Soy hijo de aquel quien protege los Lugares Sagrados de los Musulmanes, y que mata a los renegados, los infieles y los tiranos!”.

“¡Soy hijo del más noble de los Quraish!”.

“¡Soy hijo de aquel que, de entre todos los Creyentes, ha sido el primero en responder a la llamada de Dios y de Su Profeta!”.

“¡Soy hijo de aquel que es indulgente y generoso, resplandeciente, risueño e íntegro, valiente y bravo! ¡Es paciente y ayuna frecuentemente! ¡Educado y recto! ¡Intrépido y valeroso! ¡Ha abatido a los incrédulos en combate! ¡Él es el León del Hiyaz! ¡Es la víctima expiatoria de Iraq! ¡Es el padre de Hasan y de Husein! ¡Es mi abuelo! ¡Es ‘Ali, el hijo de Abi Tâlib!”.

“¡Soy el hijo de Fátima Zahra!”.

“¡Soy el hijo de Jadiya al-Qubra!”.

“¡Soy el hijo de aquel que ha sido asesinado injustamente!”.

“¡Soy el hijo de aquel cuya cabeza ha sido cortada!”.

“¡Soy el hijo de aquel que ha muerto sediento!”.

“¡Soy el hijo de aquel que yace sobre la tierra de Karbalá!”.

“¡Soy el hijo de aquel a quien han arrancado sus vestiduras y su turbante!”.

“¡Soy el hijo de aquel por quien han llorado los ángeles del Cielo!”.

“¡Soy el hijo de aquel por quien han llorado los yinns de la tierra, y los pájaros en los aires!”.

“¡Soy el hijo de aquel cuya cabeza se ha exhibido sobre la punta de una lanza!

¡Soy el hijo de aquel cuyas mujeres han sido llevadas cautivas desde Iraq hasta Damasco!”.

“¡Soy el hijo de aquel…!”

“¡Soy el hijo…!”

El Imam Zayn ul-Abidin continuó de esta manera diciendo de quien era hijo y la gente rompió en llantos…

Yazid había visto a la muchedumbre, primeramente sorprendida, conmoverse a medida que el Imam Zayn ul-Abidin hablaba. Algunos habían empezado a secarse una lágrima fortuita, otros no habían podido esconder su desconcierto. ¡Ahora todos los asistentes lloraban, sin cesar!

Yazid tuvo miedo que las gentes se alzasen. Pero no sabía qué hacer para imponer el silencio al Imam Zayn ul-Abidin. Una vez más, buscó su salvación en la astucia. Ordenó al muecín llamar a la oración, sabiendo así que el Imam estaría obligado a cesar en su discurso al escucharse el adhan.

¡Allahu Akbar! ¡Allahu Akbar! (¡Dios es el más grande! ¡Dios es el más grande!)

El Imam Zayn ul-Abidin replicó:

“¡Si, nada es mayor que Dios! ¡Tu magnificas a Quien no puede medirse!

¡Ash-hadu an la ilaha illa-lah! (Atestiguo que no hay divinidad más que Dios)”.

—Atestiguo lo que tú atestiguas, dijo como eco el Imam Zayn ul-Abidin. ¡Mis cabellos, mi carne, mis huesos y mi sangre son testigos!

Cuando el muecín dijo:

¡Ash-hadu anna Muhammadan Rasulullah! (Atestiguo que Muhammad es el Mensajero de Dios) ‘Ali Zayn ul-Abidin se volvió hacia Yazid y gritó:

—¡Oh Yazid! Este Muhammad, ¿Es mi abuelo o es el tuyo? Si dices que es tu abuelo, entonces mientes y reniegas de Dios; y si dices que es mi abuelo, entonces ¿Por qué has masacrado a su descendencia? ¿Por qué has matado a mi padre, y hecho cautivas a sus mujeres? ¿Y por qué me has hecho prisionero?

Añadió:

—¡Oh gentes! ¿Se encuentra alguien entre vosotros cuyo padre y abuelo sea el Mensajero de Dios?

El Imam Zayn ul-Abidin descendió del mimbar y la gente se reunió a su alrededor. No se oía más que el ruido de los llantos y de los gemidos que crecían en la muchedumbre angustiada…

 

15

El calabozo estaba sumido en la oscuridad. Por lo tanto, fuera, brillaba un sol cegador.

El Imam ‘Ali Zayn ul-Abidin oraba, la frente sobre el suelo. Los otros sobrevivientes de la Familia del Profeta también rezaban, en las tinieblas de la prisión. Zaynab oraba sentada, sus fuerzas se habían casi extinguido. La comida era tan escasa que ella dejaba su pequeña parte a los niños, contentándose con un poco de agua. Estaba muy débil ahora para sostenerse en pie.

Pasaban las horas. Los prisioneros rezaban continuamente. No interrumpían sus actos de devoción más que para llorar amargamente el recuerdo de los seres queridos que habían perdido en Karbalá.

En el exterior, la noche había sucedido al día, ¿Pero esto qué cambiaba en la noche del calabozo?

Un grito y llantos aún mayores llevaron a Zaynab al lado de Sukaina.

—¡Tía mía!. ¡En mi sueño he visto a mi padre! No lo había visto desde que se marchó, ese día horrible… Se lo he contado todo. Todo lo que hemos soportado hasta hoy. Y me ha dicho: “¡Sukaina, tus sufrimientos han terminado! Sukaina querida hija mía, he venido a buscarte!”

Sukaina rompió a llorar. Entonces todas las mujeres, y los niños también, se pusieron a llorar.

Yazid, que pasaba en este momento cerca de un respiradero de la prisión, preguntó qué es lo que pasaba allí. Los guardias le dijeron que Sukaina la hija del Imam Husein quería ver el rostro de su padre.

Yazid dio las órdenes. Los guardias entraron rápidamente en el calabozo. Uno de ellos llevaba una bandeja de plata recubierta de una tela de seda. El guardia depositó la cabeza ante Sukaina. Retiró la tela.

La antorcha que él blandía iluminó la cabeza del Imam Husein.

Sukaina se adueñó de la cabeza de su padre. La estrechó contra sí, abrazándola como la había abrazado miles de veces cuando estaba vivo. Al cabo de un momento sus llantos cesaron.

Zaynab se aproximó a Sukaina que estaba inmóvil, acurrucada alrededor de la reliquia del Imam.

—Sukaina hija mía, no te quedes así encorvada sobre la cabeza de tu padre.

Sukaina no respondía. Zaynab quiso sacudir dulcemente la espalda de la niña.

Pero Sukaina había dejado de vivir.

Su padre tan querido había cumplido la promesa que le había hecho en el sueño. Ahora ella estaba con él, en el Paraíso.

 

16

Los informes de sus guardias no dejaban de preocupar a Yazid.

Demasiada gente murmuraba contra él. Demasiados rumores circulaban sobre el cruel destino que él había infligido a la Familia del Profeta. Algunas mujeres llegaron incluso a tratar a sus maridos de cobardes porque no se oponían al tirano.

Yazid había perdido el sueño. Ahora temía seriamente ser depuesto.

¡A pesar de cincuenta años de presencia Omeya! A pesar de un cuarto de siglo de poder absoluto, primeramente en manos de su padre, posteriormente entre las suyas. A pesar de todos los esfuerzos desplegados para inculcar a las masas el odio hacia la Familia del Profeta, a ‘Ali, a Hasan, a Husein. ¡A pesar del miedo que sentía la gente por los descendientes de Abu Sufiân, a pesar de todo esto, en su feudo de Damasco, Yazid temblaba en su trono! Entonces decidió liberar de la prisión a los supervivientes de la matanza.

Afirmó públicamente que le habían engañado, que Husein no era tan rebelde como le habían dicho. Juró que jamás había ordenado que matasen al nieto del Profeta y que si él, Yazid, hubiese estado presente en Karbalá, no hubiese permitido que se le hiciese lo que se le había hecho.

Yazid ofreció al Imam Zayn ul-Abidin, a Zaynab, a Kulzum, a todas y a todos, todo aquello que pudiesen desear.

La única cosa que el Imam Zayn ul-Abidin y la Gente de la Casa del Profeta pidieron fue que se les restituyesen los pobres bienes que les habían robado. Se llevaron consigo sus reliquias, al igual que las cabezas de los Mártires.

Viajando de noche, y acompañados de una escolta que alejaba de ellos a los inoportunos, volvieron al lugar del sacrificio en la llanura de Karbalá.

Enterraron las cabezas cerca de los cuerpos de los Mártires.

Unos pastores nómadas habían recubierto ligeramente con tierra los cadáveres mutilados y un compañero del Santo Profeta, Jaber hijo de Abdallah al-Ansari, les había dado una verdadera sepultura. El Imam ‘Ali Zayn ul-Abidin y las mujeres y los niños de la Familia del Profeta, se dirigieron seguidamente hacia Medina. Llegaron allí el 8 del mes de Rabi al-Awwal del año 61 de la Hégira.

Medina de la que habían partido seis meses y medio antes, el 28 de Rayab del año 60, siguiendo al Imam Husein.

 

Epílogo

Un año después del Sacrificio del Imam Husein, los habitantes de Medina se sublevaron contra el dictador impío. Depusieron a su gobernador y lo reemplazaron por Abdallah hijo de Hanzalah. El ejército de Yazid atacó la ciudad del Profeta. Yazid entregó la ciudad a sus soldados durante tres días. Más de diecisiete mil medinenses fueron aniquilados, las casas y las tiendas robadas, los hombres esclavizados y las mujeres musulmanas violadas.

“Mil mujeres quedaron embarazadas durante esos días sin estar casadas”.

Al año siguiente, otro levantamiento tuvo lugar. El jefe de los insurrectos era Abdallah hijo de Zubayr. El mismo ejército que había atacado la ciudad santa del Mensajero de Dios se avanzó hacia La Santa Meca, donde el hijo de Zubayr estaba atrincherado. Catapultas, ballestas y otras armas de guerra fueron utilizadas por el ejercito Omeya, infinidad de proyectiles fueron lanzados contra la Santa Kaaba, provocando la caída de uno de los muros de esta y provocando un incendio que asoló la Casa de Dios.

En los días siguientes a esta profanación inexpiable, Yazid murió.

Según transmitió Ibn Kazir, cuando se le preguntó a Ahmad Ibn Hanbal, uno de los cuatro muytahid sunnitas, si era lícito maldecir a Yazid, éste respondió:

“¿Cómo no habré de maldecir a quien Dios mismo maldice?”.

“¡Ciertamente, Dios y Sus Ángeles bendicen al Profeta!”.

“¡Oh vosotros los que creéis, bendecidle y dirigidle vuestros saludos de Paz!”.

“Dios mío Bendice a Muhammad y a la Familia de Muhammad”

 

Bibliografía

Sobre el levantamiento del Imam Husein:

DARUT TAWHID: “El Imam Husein y el día de Ashura”. París, biblioteca Ahl-ul-Bayt, 1984.

MUFID (Sheij al-Mufid): “Kitab al-Irshad” – El Libro de la Guía. Qom, Irán, Ansariyan Publication (en inglés).

TABATABAI (Allamah) Mohammed Husein: “El Islam Shia”. Teherán, Irán, Organización para la Difusión Islámica, 1983.

ZAKIR: “Lágrimas y Tributos”, Hyderabad, India, Shahed Associates, 5º de. Revisada, 1991.

Sobre la desviación, y los acontecimientos que condujeron al Levantamiento del Imam Husein:

AHMAD Abbas (al-Bustani): “Para una lectura correcta del Imam al-Hassan y de su Tratado de Reconciliación con Muawiah”, París, Biblioteca Ahl ul-Bait, 1987.

DAR UL TAWHID: “La escuela de Ahl ul-Bait, primera de las cinco Escuelas Jurídicas Musulmanas”, París, Abbas Ahmad, 1992.

HUSEIN (Sayyed) Safdar: “Historia de los primeros tiempos del Islam”, París, Abbas Ahmad, 1991.

TABATABAI (Allamah) Mohammad Husein: “Introducción al Conocimiento del Islam”, Teherán, Irán, Organización para la Difusión Islámica, 1985.

L-THAQALAYN
I.S.S.N. 1164-8104

Mensual- Junio/Julio 1993 – Nº 15
(Suplemento gratuito)
Depósito legal: Junio 1993

Editado e impreso por Ibrahim Husein Anger
B.P. 124
63503 ISSORE Cedex
Director de la Publicación: IbRahim Anger.

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